martes, 26 de noviembre de 2024

LOS QUE VAN A MORIR OS LA SUDAN

Los que van a morir antes de que llegue su hora son una generación que morirá antes que sus padres, una generación que ronda entre los 50/60, aquélla que vio a sus padres abrazar la democracia y acomodarse, con madres dedicadas a sus familias y a echar una mano y que han llegado a la vejez con la salud que les proporcionó la tranquilidad y la sanidad pública. Mientras, los hijos de esa generación vivieron las ansias de libertad, el fomento del estudio, aunque no había para todos, la locura de los 70/80. Muchos se quedaron en el camino porque tenían demasiadas ansias de vivir, porque les convencieron de lo que había que consumir. Los otros continuaron siendo el bastión del Carpe Diem. Y los años pasaron: los padres envejecían, cumplían años como cumplían sus hijos y éstos tuvieron que dedicarse a cuidar de sus padres, a los que el cuerpo respondía, pero no la mente. Cuidaban, trabajaban, tenían hijos e intentaban mantener todo en pie. Llevaban la mochila del cambio sobre sus hombros.
Y sus padres se convirtieron en una carga, un lanzador de problemas. A sus excesos de juventud, se le fueron sumando los excesos de lucha porque habían mamado de la batalla en las calles. Y así, desvencijados por dentro y por fuera, veían cómo sus padres se recuperaban en residencias, luciendo mejor que nunca a pesar de sus demencias, mientras ellos, con su cabeza lúcida y peleona todavía, veían languidecer sus cuerpos hasta convertirse en polvo. Porque ellos no quieren ser una carga y morirán antes de que sus hijos tengan que pasar por lo mismo. Sí, los que van a morir demasiado pronto os la sudan, como sudaron en otros tiempos, Y no será responsabilidad de ellos, sino de una administración que quiere culpabilizar al ciudadano por no ser adicto a sus normas. Y ya nadie hablará de ellos cuando estén muertos, porque para el Estado estarán bien muertos.

lunes, 25 de noviembre de 2024

RESPONSABILIDAD DE IDA Y VUELTA

La responsabilidad es un concepto que posee dos vertientes: la positiva, mediante la cual se supone que has logrado una posición, una notoriedad y diriges una organización o grupo de personas, y la responsabilidad de los actos ejecutados que, a veces, puede no ser positiva sino muy negativa. Los políticos asumen enteramente la primera y niegan con rotundidad la segunda.
En el caso de la catástrofe de Valencia, se podría haber dado la confluencia de ambas responsabilidades, es decir, que podía haberse unificado si existiese un político de verdad, uno con altura de miras, alguien al que no le importase el cargo sino la resolución de los problemas y que se considerase garante del bienestar de los ciudadanos que le han puesto ahí. Los políticos son conscientes de que, en el ámbito administrativo que ellos han montado, existen procedimientos largos, indefinidos, tediosos e, incluso, ridículos, en el que el procedimiento es más importante que la respuesta eficaz y eficiente que sería deseable. De tal forma que, esos supuestos políticos inexistentes que tuviesen altura de miras, hubiesen salido ante las cámaras y, viendo la situación, hubiesen decretado saltarse el procedimiento bajo su estricta y única responsabilidad. Evidentemente, debiera ser un político con capacidad y mando para hacer eso. Pero la cobardía, el amor al puesto, el ego, mandan más que la responsabilidad en positivo; además, para eludir la responsabilidad en negativo siempre existe la posibilidad de ir disparando hacia otro lado. Esta falta de asunción negativa de la responsabilidad ocurre en toda la administración, propiciada por quienes gobiernan. De hecho, los puestos más altos suelen escupir hacia abajo para no verse en entredicho y el soldado raso, acaso mercenario, acaba siendo el culpable. Pero no nos quejemos; somos nosotros los que mantenemos esta estructura, los que abrazamos a los líderes, a los políticos, de cualquier índole, pensando que velarán por nosotros. Deberíamos empezar a espabilar para que cambien los partidos y, de paso, los sindicatos y lleguen a los puestos quienes sean capaces de aglutinar ambas responsabilidades. Para eso no sirven los trepas que son capaces de vender la piel y a su madre con tal de llegar alto.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Y SE RINDIÓ

La había visto dormir en el cajero del banco que había frente a mi edificio. Me dirigía a algún sitio con celeridad; aunque me sorprendió que ella estuviera ahí, una mujer, cuando siempre había un hombre cuya mente estaba nublada y se iba de casa de su madre, donde vivía, a dormir al cajero; no me paré, pero esa imagen me impactó y me persiguió. No tanto la del hombre, lo asumía porque tenía casa, aunque su mente circulase por carriles sin destino.
La mujer dormía; al regresar volví por otro camino y su recuerdo casi se esfumó. Hasta que poco después volví a salir a pasear con mi perro y al regresar del paseo la volví a ver sentada en un banco con los ojos cerrados, las manos cruzadas, parecía en calma, a pesar de su situación. Obedeciendo a mi corazón más que a la razón puesto que mi mochila está repleta, le pregunté “necesita ayuda” y su respuesta se redujo a abrir sus ojos clavando en mí una mirada risueña y esbozó una leve sonrisa, quizás de satisfacción, quizás de resignación para decirme con sus labios, con sus ojos perdidos en algún sitio, en algún recuerdo, No. Me fui con el corazón encogido porque sé que, si alguien no quiere, no le puedes obligar; me fui pensando que vicisitudes habría habido en su vida para que ya poco le importase nada y se hubiese rendido, asumido esa vida de soledad, de indiferencia de los demás. ¿Por qué? ¿Por qué somos capaces de ayudar cuando hay una catástrofe conjunta, pero no sabemos, no queremos, no asumimos ayudar cuando la catástrofe es personal? ¿Por qué penamos, en estos casos, que se lo ha buscado, que no ha hecho nada para salir, que algo habrá hecho? Lo curioso es que eso es lo que piensa sobre cada uno de nosotros la Administración que se pregunta siempre si la hemos engañado, si estamos mintiendo en nuestras declaraciones e incluso en nuestra identidad. Nosotros hemos interiorizado ese mismo paradigma. Les pregunto: ¿Ustedes quiere funcionar de la misma manera que la Administración hace con ustedes? Yo no. No quiero ser desconfiada como ella; si ayudo a alguien, puede que me engañe, pero prefiero que me engañe a ser despiadada; prefiero tener telarañas en mi bolsillo, a tener telarañas en el corazón.

sábado, 16 de noviembre de 2024

EL COMODÍN DE LOS POLÍTICOS

Mientras los políticos se tiran los trastos para saber quién lo ha hecho mal, lo que no se hizo, lo que se hizo, en la respuesta hay algo que nadie señala: en el caso de que la alerta hubiese llegado a tiempo, muy temprano y que, incluso, todas las personas la hubiesen creído, los pueblos afectados no tendrían víctimas, pero seguirían destrozados, sin luz, sin agua, sin comida, sin hogar y, muchos de ellos, sin trabajo.

Porque las consecuencias materiales y sociales serían las mismas y va otro por qué: porque hemos hecho algo mal y esas actuaciones no son de hoy, ni de ayer; vienen de nuestro desarrollo, de nuestra forma de vida.

Lo más fácil, el comodín del público o, más bien, de los Gobiernos, de cualquier color, será culpar al cambio climático ¡Qué bien! Viene de perlas. Aunque el cambio climático existe, la realidad es que las consecuencias más crueles proceden por no comprender que al agua no se le puede parar. Lo saben las Confederaciones, donde siempre se habla de lo torrenciales y rápidas que son las crecidas en las cuencas del Júcar y Segura, lo saben los expertos, pero no limitan lo que puede ocurrir.


Hay que replantearnos nuestra forma de desarrollo, nuestra manera de despreciar la naturaleza y replantearnos también a quién elegimos como políticos, porque los actuales, sea cual sea su color, elegidos entre ellos y entre sus amigos, no nos valen. Tampoco lo expertos porque hay que barajar demasiadas variables, entre ellas la complejidad de la Administración.

Lo mejor de todo es que ante los desastres sale lo humano, la solidaridad, la empatía que como sociedad económica individualista, estresada, hemos olvidados. Esa sociedad que vive su vida entre cuatro paredes sin mirar a los demás. Esa sociedad que han creado los políticos y los economistas. Esa sociedad vuelve a su primigenia, ésa que, en tiempos remotos, nos hizo colaborar para avanzar, para cuidar el fuego, resurge cuando a los políticos no se les encuentra. Nos hemos olvidado de  nuestro semejantes, de los iguales, de esas hormigas que cada día van arrastradas al trabajo. Eso nos tiene que servir para cambiar y, cuando queramos mirar a la naturaleza, preguntarle y actuar según ella nos indique, no sobre lo que la economía y la ambición nos diga. Porque ella, un día, puede entrar en tu mansión o en tu palacio y bajarte del pedestal.