Tengo la sensación, a raíz de los acontecimientos que se van
sucediendo en el PSOE, que de un tiempo a esta parte se ha puesto sobre la mesa
esa coletilla tan habitual: lealtad al partido.
Siempre la he escuchado y la he puesto en mi mente entre comillas. Nunca
he dejado de preguntarme por qué esa lealtad era tan importante. Cierto que
quienes se dedican a la actividad política están sustentados por las siglas de
un Partido y por su historia; pero no es menos cierto que ese partido viene
sustentado por unas personas que lo han hecho posible, dentro y fuera de él;
porque los partidos también se alimentan de las demandas sociales. No debemos
olvidar que hay gente que no se identifica, ni se afilia a ningún partido, pero
tiene iniciativa e ideas, algo a lo que los políticos no deben renunciar. Y si
lo hacen, mal asunto. Ocurrió en la guerra civil. Muchos fueron asesinados por
sus ideas, lo cual no implicaba estar en un partido, sino aspirar a cambiar el
orden de las cosas. Por ejemplo, alguien que pretendiera comprar tierras en una
zona de terratenientes era, sin duda alguna, alguien subversivo. Luchaba por lo
que creía justo, aunque no entendiera nada de política.
Así que siempre me he debatido entre esa dualidad: personas
y partido, ambos con unos objetivos más o menos similares, aunque con distintas
maneras de abordarlos.
Claro que la sentencia tan mencionada sobre la lealtad pone
por encima de todo al partido y eso me conlleva cierta incomodidad
Porque: qué es lealtad o qué es el partido. Lealtad es ser
fiel por gratitud, como lo son los perros, aunque también se utiliza, pero muy
poco, desde un punto de vista relacionado con la legalidad o verdad: fiel a la
verdad. Sin embargo, como para mí la verdad, en muchos aspectos, suele ser muy
subjetiva, y más en política, la lealtad se me antoja como algo impuesto.
Vayamos a la otra parte de la sentencia. ¿Qué es el partido?
¿Unas siglas, una historia, unos ideales? ¿O es la estructura del momento
presente en el que se pide lealtad? ¿Es aquello presente y no futuro?
Posiblemente, quien diga la sentencia tendrá claro a qué se refiere, o eso
espero. Pero quien la escucha la interpretará a su manera.
En fin, sencillamente, a mí no me gusta nada esa frase. Me
llena de dudas sobre lo que me están pidiendo y yo tengo muy claro lo que
quiero.