jueves, 4 de diciembre de 2014

CRECER Y NO HACERSE MAYOR ( no todo es política ¿O sí?)

En una ocasión leí una frase que se quedó marcada en mi corazón, decía: hacerse mayor es pensar algo como piensa una persona que no eres tú. Entendía que había mucha verdad en ello, puesto que con el pasar de los años, tenía la sensación de que tu ser iba asumiendo las normas sociales, se iba domesticando y aclimatando a lo que todo el mundo hacía. Ya no pensaba en la existencia, no se comía la cabeza con pensamientos, sino con cosas fundamentalmente prácticas: tengo que hacer esto, lo otro, llegar aquí, comprar. Pero, de vez en cuando te parabas y surgía una añoranza: mirando atrás no te reconocías y te preguntabas dónde estaban aquellas inquietudes que asolaban tu mente cuando eras más joven. Preguntas filosóficas que pasaron a la historia cuando empezaste a vivir la vida como debía ser, corriendo detrás de un objetivo que no aparece muy claro en las vidas personales de cada cual, porque no sé si alguien tiene claro su objetivo en la vida cuando va decidiendo sus pasos y cerrándose, al propio tiempo, puertas. Y entonces piensas que has cambiado mucho porque te has acostumbrado a la norma social.

Mas, poco a poco, voy aprendiendo que hay una diferencia entre hacerse mayor y crecer. Hacerse mayor es, justamente, lo que más temen los niños, lo que más temía yo, porque supone dejar pasar el tiempo e ir asumiendo lo que llega como debe ser, respetando las normas sociales que suponen hacerse mayor; es esperar que las cosas lleven su rumbo, hacer lo que se debe hacer porque así debe ser, sin más, ir haciéndose una reputación, comportarse, guardar las formas, cosas así. Pero, crecer es otra cosa . Crecer es ampliar horizontes, no limitarlos; crecer es vivir más allá de lo establecido, de lo común. Pero también es, como dice el dicho, que lo que no te mate, te haga más fuerte; lograr ir aprendiendo y añadiendo a tu esencia un poco más de fuerza para seguir creciendo.

Hace poco me recordaron que cuando tenía unos 16/18 años y hasta más allá, hacía excentricidades de todo tipo. Un día salí con unas pinzas de tender en el pelo y en la ropa, como accesorio decorativo. Esto, lógicamente, en un pueblo se entendía de la forma más simple, ya se lo imaginarán. Yo, por mi parte, lo hacía con toda la intención del mundo, con la intención de transgredir, de cambiar las formas, el deber ser. Pero, explica eso a unos jóvenes de 18 años. Bueno tampoco lo entenderá una de 40. Yo sí. Ese recuerdo me hizo ver que, realmente, yo no había cambiado como pensaba. Aquella joven seguía viviendo en mí, de otra forma, porque había crecido, había aprendido nuevas formas de transgredir la norma.

Creía que me había hecho mayor. Pero, de repente, algo ocurre en la vida, un acontecimiento, bueno o malo, y de repente te das cuenta que estabas ahí, que la joven sigue ahí, crecida, más grande, pero no más mayor. Ya no hace falta que se ponga pinzas en el pelo y en la ropa. Sus hechos, sus palabras hablan de ella. Han tomado fuerza: ha sufrido, ha recibido bofetadas, ha luchado, ha perdido múltiples batallas, pero sigue siendo la misma.

Ha crecido y ha aprendido que ante la vida tú eres tu mejor amigo; que debes mirarte al espejo y no esperar que haya nadie a tu lado, aunque si lo hay mejor. Debes saber que son muy pocos los que pueden disfrutar de amistades reales, de esas que están a las duras y a las maduras. Porque la mayoría de las veces estarán contigo para que les escuches, les tiendas la mano y les dejes tu hombro. Pero cuando seas tú quien empiece a hablar te responderán “sólo hablas de ti, sólo piensas en ti” o, simplemente, te volverán a hablar de ellos. Y en ese momento es en el que debes hacerte fuerte y pensar: sí, debo pensar en mí. Retírate de mi hombro, devuélveme mi mano y dame la palabra que la necesito. La necesito para cuidarme sola. Para seguir creciendo y comprobar que en la vida los problemas pueden ser oportunidades para descubrir nuevas perspectivas, que te abren al conocimiento y puedes aprovechar para mejorar las cosas. Los problemas son retos que te abren a la vida, a su origen, a su lucha, que te hacen comprender que el hombre es un ser social, pero tremendamente individualista. En lo problemas nos diferenciamos: o nos hacemos mayores o crecemos. Yo opto por crecer, porque me sigue gustando subir a los árboles, columpiarme, hacer piruetas en la hierba y, sobre todo, me gusta jugar. No tengo ningún síndrome, sólo que no me hago mayor, sólo crezco como persona. A unos les parecerá mal como crezco, a otros les importara un bledo; son formas de juzgar que yo no juzgo. Así que no me juzgues por crecer como crezco. Porque, al menos, crezco y no me hago mayor.