Mas, poco a poco, voy aprendiendo que
hay una diferencia entre hacerse mayor y crecer. Hacerse mayor es,
justamente, lo que más temen los niños, lo que más temía yo,
porque supone dejar pasar el tiempo e ir asumiendo lo que llega como
debe ser, respetando las normas sociales que suponen hacerse mayor;
es esperar que las cosas lleven su rumbo, hacer lo que se debe hacer
porque así debe ser, sin más, ir haciéndose una reputación,
comportarse, guardar las formas, cosas así. Pero, crecer es otra
cosa . Crecer es ampliar horizontes, no limitarlos; crecer es
vivir más allá de lo establecido, de lo común. Pero también es,
como dice el dicho, que lo que no te mate, te haga más fuerte;
lograr ir aprendiendo y añadiendo a tu esencia un poco más de
fuerza para seguir creciendo.
Hace poco me recordaron que cuando
tenía unos 16/18 años y hasta más allá, hacía excentricidades de
todo tipo. Un día salí con unas pinzas de tender en el pelo y en la
ropa, como accesorio decorativo. Esto, lógicamente, en un pueblo se
entendía de la forma más simple, ya se lo imaginarán. Yo, por mi
parte, lo hacía con toda la intención del mundo, con la intención
de transgredir, de cambiar las formas, el deber ser. Pero, explica
eso a unos jóvenes de 18 años. Bueno tampoco lo entenderá una de
40. Yo sí. Ese recuerdo me hizo ver que, realmente, yo no había
cambiado como pensaba. Aquella joven seguía viviendo en mí, de otra
forma, porque había crecido, había aprendido nuevas formas de
transgredir la norma.
Creía que me había hecho mayor. Pero,
de repente, algo ocurre en la vida, un acontecimiento, bueno o malo,
y de repente te das cuenta que estabas ahí, que la joven sigue ahí,
crecida, más grande, pero no más mayor. Ya no hace falta que se
ponga pinzas en el pelo y en la ropa. Sus hechos, sus palabras hablan
de ella. Han tomado fuerza: ha sufrido, ha recibido bofetadas, ha
luchado, ha perdido múltiples batallas, pero sigue siendo la misma.
Ha crecido y ha aprendido que ante la
vida tú eres tu mejor amigo; que debes mirarte al espejo y no
esperar que haya nadie a tu lado, aunque si lo hay mejor. Debes saber
que son muy pocos los que pueden disfrutar de amistades reales, de
esas que están a las duras y a las maduras. Porque la mayoría de
las veces estarán contigo para que les escuches, les tiendas la mano
y les dejes tu hombro. Pero cuando seas tú quien empiece a hablar te
responderán “sólo hablas de ti, sólo piensas en ti” o,
simplemente, te volverán a hablar de ellos. Y en ese momento es en
el que debes hacerte fuerte y pensar: sí, debo pensar en mí.
Retírate de mi hombro, devuélveme mi mano y dame la palabra que la
necesito. La necesito para cuidarme sola. Para seguir creciendo y
comprobar que en la vida los problemas pueden ser oportunidades para
descubrir nuevas perspectivas, que te abren al conocimiento y puedes
aprovechar para mejorar las cosas. Los problemas son retos que te
abren a la vida, a su origen, a su lucha, que te hacen comprender que
el hombre es un ser social, pero tremendamente individualista. En lo
problemas nos diferenciamos: o nos hacemos mayores o crecemos. Yo
opto por crecer, porque me sigue gustando subir a los árboles,
columpiarme, hacer piruetas en la hierba y, sobre todo, me gusta
jugar. No tengo ningún síndrome, sólo que no me hago mayor, sólo crezco como
persona. A unos les parecerá mal como crezco, a otros les importara
un bledo; son formas de juzgar que yo no juzgo. Así que no me
juzgues por crecer como crezco. Porque, al menos, crezco y no me hago
mayor.