domingo, 2 de julio de 2017

VIENTRES DE ALQUILER PARA ABRIR MENTES

El debate que la propuesta de Ciudadanos sobre la regulación de los vientres de alquiler ha abierto y que muchos consideran innecesario, supone, sin embargo, un incentivo para profundizar en muchos de los cánones sociales que dominan la percepción conjunta que tenemos de la realidad. Quizás el Parlamento no sea el lugar más idóneo para ello, ya que es necesaria una revisión mental de nuestros preceptos antes de abordarlo legislativamente. Pero puede ser la espita que haga explotar ese debate.

En el debate sobre la maternidad subrogada hay varios aspectos fundamentales a nivel social: la mercantilización del cuerpo de la mujer, la percepción de lo que podemos asumir moralmente o la sacralización de la maternidad, entre otros.

Creo que no se ha profundizado en estas cuestiones, sino que las argumentaciones se han limitado a la instrumentalización del cuerpo de la mujer debido al exceso actual de sensibilidad en este tema.

Sin embargo, tanto hombres como mujeres instrumentalizamos nuestros cuerpos en función de nuestras potencialidades, ponemos en el mercado nuestras capacidades y no siempre libremente. Porque estamos en una sociedad en la que todo se vende y se compra, aunque no tengamos esa sensación o no se hable de ello. Y es cierto que siempre son aquellos que están en peores circunstancias económicas quienes tienen que someterse a ello. Ahí está la donación de semen y óvulos. En principio, no se venden, sólo se compensa por las molestias. Puro eufemismo. Y en el caso de la mujer, la donación supone someterse a estimulación con medicamentos, así como a una intervención quirúrgica. Donaciones anónimas, pero en las que se registran todos los aspectos de la persona: color de pelo, ojos, constitución…Supongo que para adaptarse mejor o, quién sabe, si establecer una carta.

Ya lo he dicho en alguna ocasión ¿Qué grado de explotación estamos dispuestos a asumir? ¿Aquel que no implique una carga de conciencia estrictamente moral y religiosa? Estamos en una sociedad en la que se degrada al individuo, se mercantiliza; hasta la propia educación se programa para crear trabajadores. Pero eso no nos asusta. Por eso, no llego a entender por qué es menos asumible vender sexo o vientres que vender 12 o 15 horas de vida y tiempo en trabajos mal pagados y poco satisfactorios que influyen en los hijos de esos trabajadores niños. Pagamos a otras personas para que cuiden de nuestros hijos, algunos hasta son criados por ellas, pero son tuyos, los has parido con tu vientre.

Por otra parte, esa mujer que vende su vientre puede tener pareja. Entonces, quién decide. ¿Por qué las mujeres queremos ser libres para abortar, pero no para vender nuestro vientre? Preguntas y más preguntas que proceden, en muchos casos, de esa conciencia social y moral que domina nuestra percepción y valoración de la realidad.

Claro que aquí estamos hablando de una potencialidad muy concreta de la mujer, por no decir única, que la diferencia del hombre: la posibilidad de portar vida en su interior. Eso nos ha condicionado en nuestra evolución. El hombre ha usado sus características propias: fuerza y ausencia de concepción y la menstruación para auparse en el escalafón. ¿Podemos hacer uso nosotras de esa diferenciación que nos define?

Es cierto que serán las mujeres más desfavorecidas las que tiendan a hacer uso de esta posibilidad, aunque no todas podrán, como en el tema de los óvulos. Eso implica muchas reticencias. Pero, entonces ¿Por qué es más asumible una adopción internacional en países más desfavorecidos? También estamos haciendo uso de una situación de precariedad. Aunque, en este caso, nos decimos que estamos haciendo un bien a alguien ya nacido. Nos estamos engañando, ya que si queremos hacer ese bien podríamos ayudarlos en sus países.

Pero queremos ser padres y madres, queremos ver en nuestros hijos nuestra proyección futura. Sacralizamos la maternidad y al sacralizarla su utilización se convierte en pecado. Así se entiende la maternidad como un ideal al que se debe tender y nos cuesta pensar que una mujer no quiera tener hijos porque vea en ellos una carga. Si contemplásemos la maternidad como un hecho simplemente biológico, sin connotaciones morales, quizás pudiéramos establecer nuevas premisas sobre las que debatir en este tema del que queda mucho por decir y hacer, entre ellas abrir la mente para hablar sin tapujos.