En el debate sobre la maternidad subrogada hay varios aspectos
fundamentales a nivel social: la mercantilización del cuerpo de la mujer, la
percepción de lo que podemos asumir moralmente o la sacralización de la
maternidad, entre otros.
Creo que no se ha profundizado en estas cuestiones, sino que
las argumentaciones se han limitado a la instrumentalización del cuerpo de la
mujer debido al exceso actual de sensibilidad en este tema.
Sin embargo, tanto hombres como mujeres instrumentalizamos
nuestros cuerpos en función de nuestras potencialidades, ponemos en el mercado
nuestras capacidades y no siempre libremente. Porque estamos en una sociedad en
la que todo se vende y se compra, aunque no tengamos esa sensación o no se
hable de ello. Y es cierto que siempre son aquellos que están en peores
circunstancias económicas quienes tienen que someterse a ello. Ahí está la
donación de semen y óvulos. En principio, no se venden, sólo se compensa por
las molestias. Puro eufemismo. Y en el caso de la mujer, la donación supone
someterse a estimulación con medicamentos, así como a una intervención
quirúrgica. Donaciones anónimas, pero en las que se registran todos los
aspectos de la persona: color de pelo, ojos, constitución…Supongo que para
adaptarse mejor o, quién sabe, si establecer una carta.
Ya lo he dicho en alguna ocasión ¿Qué grado de explotación
estamos dispuestos a asumir? ¿Aquel que no implique una carga de conciencia
estrictamente moral y religiosa? Estamos en una sociedad en la que se degrada
al individuo, se mercantiliza; hasta la propia educación se programa para crear
trabajadores. Pero eso no nos asusta. Por eso, no llego a entender por qué es
menos asumible vender sexo o vientres que vender 12 o 15 horas de vida y tiempo
en trabajos mal pagados y poco satisfactorios que influyen en los hijos de esos
trabajadores niños. Pagamos a otras personas para que cuiden de nuestros hijos,
algunos hasta son criados por ellas, pero son tuyos, los has parido con tu
vientre.
Por otra parte, esa mujer que vende su vientre puede tener
pareja. Entonces, quién decide. ¿Por qué las mujeres queremos ser libres para
abortar, pero no para vender nuestro vientre? Preguntas y más preguntas que
proceden, en muchos casos, de esa conciencia social y moral que domina nuestra
percepción y valoración de la realidad.
Claro que aquí estamos hablando de una potencialidad muy
concreta de la mujer, por no decir única, que la diferencia del hombre: la
posibilidad de portar vida en su interior. Eso nos ha condicionado en nuestra
evolución. El hombre ha usado sus características propias: fuerza y ausencia de
concepción y la menstruación para auparse en el escalafón. ¿Podemos hacer uso
nosotras de esa diferenciación que nos define?
Es cierto que serán las mujeres más desfavorecidas las que
tiendan a hacer uso de esta posibilidad, aunque no todas podrán, como en el
tema de los óvulos. Eso implica muchas reticencias. Pero, entonces ¿Por qué es
más asumible una adopción internacional en países más desfavorecidos? También
estamos haciendo uso de una situación de precariedad. Aunque, en este caso, nos
decimos que estamos haciendo un bien a alguien ya nacido. Nos estamos engañando,
ya que si queremos hacer ese bien podríamos ayudarlos en sus países.
Pero queremos ser padres y madres, queremos ver en nuestros
hijos nuestra proyección futura. Sacralizamos la maternidad y al sacralizarla
su utilización se convierte en pecado. Así se entiende la maternidad como un
ideal al que se debe tender y nos cuesta pensar que una mujer no quiera tener
hijos porque vea en ellos una carga. Si contemplásemos la maternidad como un
hecho simplemente biológico, sin connotaciones morales, quizás pudiéramos
establecer nuevas premisas sobre las que debatir en este tema del que queda
mucho por decir y hacer, entre ellas abrir la mente para hablar sin tapujos.