miércoles, 20 de enero de 2016

LA ARBITRARIEDAD, EL ENEMIGO DE LA DEMORACIA

En democracia, la Ley puede parecernos justa o no, pero es lo único que nos hace iguales, además de ser la garante de la propia democracia. De no ser así estaríamos al arbitrio de quienes ostentan el poder o la representación. Y no sirve la decisión de una mayoría, porque, como decía una jurista, si una mayoría decide darle una paliza a alguien, eso no lo justifica. Por eso está la Ley, para eliminar esas arbitrariedades. La arbitrariedad es el mayor cáncer que puede existir, alimenta injusticias, la rabia, los privilegios, convirtiéndose en una espiral sin fin. Hay quienes dicen que si la Ley es injusta se puede ir en su contra. Cierto que se puede tener esa sensación, incluso ser real. Pero hay que preguntarse ¿Quiénes somos nosotros para juzgar lo que es justo o no? Podemos criticar la Ley, impulsar su reforma, pero no saltársela. Porque si dejamos que se incumpla una Ley, ¿Quién nos dice que no se va a seguir haciendo con otras? Eso es entender mal la democracia o entenderla con algún interés. Evidentemente, la democracia no es perfecta. Los griegos debatieron, analizaron y pensaron mucho sobre ella. Nosotros hemos dejado de pensar. No es de extrañar, ya que la filosofía, el amor por el  conocimiento, siempre ha sido denostada como la materia que no sirve de nada. Hoy, no sirve de nada aprender a pensar.

Y debemos pensar que las Leyes son un instrumento de la democracia mediante el cual establecer una forma de proceder a través de la mayoría. La mayoría representada en un Parlamento que debate con un objetivo, porque la Ley debe buscar como meta el bien común. Es decir, esas fórmulas provienen del propio concepto de democracia demo (pueblo) cracia (poder) que elige a ese Parlamento.

Los ciudadanos pueden cambiar las Leyes mediante su voto. Por eso es esencial que sus representantes sean coherentes con sus programas.

Por eso, cualquier intento de saltarse la Ley o sus reglamentos va en contra de la propia democracia, puesto que quien se salta la Ley está erigiéndose como único portavoz de la voluntad popular. Las Leyes requieren de un proceso de debate y un objetivo común. Saltarse la Ley con un objetivo específico, sin el análisis previo, entre todos aquellos que conforman la voluntad popular, supone un retroceso, puesto que ese objetivo puede ser particular e influir negativamente en otros aspectos de lo que es el bien común.

Hay ejemplos básicos a nivel municipal donde la cercanía de la gente hace que la Ley se difumine frente a los malos hábitos ciudadanos, que son comprendidos y obviados. Se deja hacer porque se conoce, sin tener en cuenta que unos la hacen y otros no, que unos tienen la osadía de pedir comprensión, mientras otros acatan la Ley. También hay ejemplos a nivel general. Solemos solidarizarnos con aquellas personas que son multadas por algún hecho punible, pongamos cazar ranas, y pensamos que su castigo ha sido excesivo. No pensamos que si dejamos hacer a alguien algo prohibido ¿Dónde ponemos la famosa línea roja? Ya nos hemos saltado una, ¿Dónde ponemos la siguiente? ¿Y la siguiente? Quizás podemos seguir saltándonos las líneas hasta llegar a la última línea, saltándonos la propia democracia.

Si todos nos hemos dotado de una reglamentación es porque la naturaleza humana es débil, individualista, egoísta y egocéntrica. No somos dulces corderitos. Y si lo fuésemos habría que tener cuidado con seguir demasiado las órdenes de algunos, pues cuando se asustan, alguno puede llevar a esos corderitos al precipicio o a la asfixia. Pregúntenles a los pastores. A buen entendedor.