Jamás he podido entender cómo se llega a valorar más una
escuela concertada que una pública. Jamás, porque tengo experiencia en ambas.
La escuela pública es de todos, la construimos todos, los profesores son
elegidos en base a la igualdad, mérito y capacidad. Bien es cierto que, quizás,
las oposiciones no sean la mejor forma de valorar las capacidades de una
persona, de un profesor, pero es la única manera de hacerlo en igualdad. Y, por
supuesto, es mucho mejor que el dedo, el hijo de, tan habitual en la
concertada. Habrá quienes cuestionen este supuesto porque no son todos, pero es
así en los concertados y privados y en otros muchos puestos de trabajo no
sujetos a oposiciones. Y el que no quiera verlo que no lo vea.
Evidentemente, la política de recortes, la indefinición ante
modelos distintos, la desigualdad en el reparto de alumnos, el cambio de
jornadas ha influido; estos aspectos supongo que serán a analizados por parte
de quienes nos representan. Sin embargo, entiendo que debe haber otro tipo de
componente proveniente del entramado social, de la idiosincrasia propia.
En este sentido siempre he tenido la sensación de que la
sociedad Navarra ha sido un tanto elitista, con una necesidad de
diferenciación. Quizás sea el exceso de navarrismo arrastrado desde hace años,
que promueve un orgullo patrio que para mí sigue siendo trasnochado, pues ese
orgullo de lo propio no hace más que limitar las perspectivas y la amplitud de
miras que te puede otorgar una mente abierta hacia lo que no es exclusivo.
Muchos dirán que qué tiene que ver el orgullo patrio con la
educación concertada. Sencillo: la diferenciación como grupo. Mientras la
escuela pública, entiendo, que debe tender al impulso de la persona como ente
diferenciado, la concertada, en cambio, puede alentar la definición como grupo
social, como grupo diferenciado con unos valores concretos, normas concretas y
hasta vestimenta concreta. Porque no podemos olvidar que la escuela privada y
concertada ha sido elegida siempre por las clases más favorecidas, era un plus de personalidad, como quien lleva un Mercedes o ropa de marca; mientras en la
pública se vivía y se vive la complicación de tener que atender a la diversidad.
En suma, se podría decir, que en esta elección subyace un
ansia de privilegio, algo muy asumido en nuestra Comunidad teniendo en cuenta
que somos, en comparación con el resto de Comunidades, un ente diferente,
privilegiado, diría yo, en el ámbito de competencias y de relación con el
Estado.
Por eso siento lástima, lástima al comprobar que no apoyamos
realmente a la escuela pública. Evidentemente, cada cual es libre de elegir.
Pero yo estoy plenamente convencida de que no es mejor; puede ser igual en el
ámbito curricular, pero no mejor en lo que se refiere a la formación como
persona en independencia, libertad de pensamiento y en el esfuerzo que un alumno
de la escuela pública debe llevar a cabo. Y eso forma carácter, forma en la lucha.