miércoles, 24 de febrero de 2021

CUANDO A LA LIBERTAD NO LE DAMOS CONTENIDO

Decía Sampedro que “sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión no sirve de nada”. Eso ocurre cuando a la libertad no la dotamos de contenido. Como dijo Hipatia de Alejandría hay que defender la libertad de pensar, porque es mejor que no pensar.

Ahí radica la importancia de este momento. El pensamiento es algo más que meras consignas e insultos. El pensamiento requiere reflexión, establecer argumentos, estudiar las versiones, vincular los hechos a una realidad, no futura, ni deseada, sino la que nos rodea y luego, señalar problemas, imperfecciones, fallos del sistema y, sobre todo, proponer soluciones.

Pero eso ha dejado de ser prioritario. Ahora, la cuestión es decir no lo que pienso, sino lo que me da la gana que es distinto. La línea puede parecer tenue, pero es el abismo que existe entre las tripas y el cerebro. Es lo que muchos temieron en el hombre-masa, la vulgaridad de la cultura, de las ideas, del pensamiento. La democratización de nuestra sociedad ha sido mal entendida y ha invadido cualquier parcela; ha llegado a un extremo que todo es expresión, arte, cultura, pensamiento. Por ejemplo, alguien se ha empeñado en decir que ciertos valores como la belleza es una imposición, cuando son expresiones de la humanidad en su desarrollo. Yo no puedo valorar un composición musical porque no entiendo de música, sólo puedo decir me gusta o no; ahora bien, puedo expresar una humilde opinión sobre una letra o un escrito.

En realidad, aquellos que hablan de imposición pretenden la imposición de la vulgaridad, la necedad, obviando todo lo positivo, que lo hay, pero eso iría en su contra.

Cuando algo se califica como bello, siempre hay quien enarbola la imposición como si fuese un ataque. Es como si un hermoso amanecer fuese calificado por alguien que madruga como una imposición. Un amanecer es bello por sus colores, porque duran un instante, porque están repletos de significado, porque atañe a la vida, al breve instante, al nacimiento de un nuevo día. Por supuesto que si madrugas para trabajar no percibes ese instante, ni piensas en ello, pero eso no le resta nada.

Ahora bien, también hay que entender a los jóvenes. Están hartos porque es la edad de ello. En su hartazgo pueden dejarse llevar por personas a las que no les importa decir lo que les da la gana con la intención de ganar popularidad y sentirse referentes mediante el victimismo. Los jóvenes necesitan referentes que la sociedad hoy no les ofrece. La sociedad les apremia a estudiar, a graduarse en algo con una salida laboral para entrar en el mercado laboral y empezar a trabajar y ser lo que tienen que ser: trabajadores que aporten su parte al Estado de Bienestar, que compren coches y casas y bienes de consumo para el mantenimiento de la cadena. Es lo que todos hemos pensado e, incluso, hemos querido cambiar.

Pero eso, hoy, con una educación tan especializada, es un gran caldo de cultivo para una rebelión sin perspectiva, sin objetivos, sin los pies en la tierra. No se puede derribar tu casa, sin tener alternativa. La rebelión debe ser paciente e inteligente, como sugirió Ortega, aprendiendo del pasado, de la historia que nos ha dejado revoluciones que no han servido de nada y que han caído en las mismas contradicciones y en los mismos errores. En lugar de ello, algunos se empeñan en señalar que quienes protagonizaron esa historia lo hicieron mal,  pensando que ellos lo harán mejor; sin pensar que lo mismo pensaron los que les antecedieron. Y así seguimos, sin aprender del pasado y tropezando en la misma piedra egocentrista.

 

 

jueves, 11 de febrero de 2021

EL CONCEPTO DE IDENTIDAD NO ESTEREOTIPADO

¿Identidad de género? ¿Por qué Montero divide la identidad? La identidad es una cuestión mucho más compleja y es propia de cada cual. Además, el género es un concepto social que alude a roles. Suponía que estábamos luchando por evidenciar la igualdad de hombres y mujeres, no estereotipando. Si establecemos una identidad de género estamos diferenciando socialmente. Montero está cayendo en una contradicción. Estamos intentando legislar las relaciones sociales. No voy a entrar en las cuestiones de derecho de la Ley, que para eso hay juristas, sino en cuestiones conceptuales, de pensamiento, con las cuales interpretamos el mundo que nos rodea.

Vamos a ir diferenciando conceptos: sexo es lo que tenemos entre las piernas al nacer, es decir, es algo orgánico, biológico. No se elige. Puedes no sentirte identificado, pero eso no ocurre al nacer.

Género alude a cuestiones sociales que diferencian los comportamientos de hombres y mujeres por roles, formas de comportamiento o por la propia naturaleza que nos dota con unas cualidades o con otras.

Identidad es un concepto mucho más complejo que todavía se sigue discutiendo. En suma, es un conjunto de caracteres que diferencian a un individuo y que lo van formando a lo largo de su vida. Es una conjunción del genotipo y el fenotipo, de lo propio, de su mirada, y de lo social, de la mirada del otro. Se podría añadir otros aspectos, pero no vamos a profundizar en ello.

La identidad es un concepto que pretende señalar la diferencia entre unos y otros, porque somos diferentes. Lo malo es que estamos intentando homogeneizar a la población y acabamos encuadrándola en determinados grupos; es decir, estereotipando. Existe un error de base a la hora de plantearse las minorías o los grupos, digamos, diferentes. Esas minorías o esos diferentes sólo son identidades que, como tal, son diferentes; requieren respeto, pero no por ser minorías, sino por ser personas. Normalmente, se tiende ahora a negar la diferencia, como si las diferencias fuesen algo malo y, en realidad, es algo bueno. Nos empeñamos en desterrarlas cuando lo que hay que hacer es valorizarlas.

Si calificamos la identidad como de género, cultural, nacional, perdemos la cualidad individual de persona que es la que realmente merece el respeto, de forma que estamos señalando y valorando al fenotipo olvidando el genotipo.

Y así acabaríamos diciendo: este grupo minoritario merece respeto, aunque haya uno que, individualmente, haya cometido un delito.

Manejar el concepto de identidad, al igual que el de democracia, con tanta banalidad puede acarrear problemas en la concepción de las relaciones humanas que son o deben ser entre individuos respetuosos.

Volviendo al tema, con el famoso proyecto de Ley, se supone, o así lo entendía yo, que lo que se pretendía es que la mirada social se equiparase a la mirada que tenemos a cualquier otra persona, con su forma de ser propia. Ahí ya nos hemos metido en un jardín porque solemos enjuiciar a todo hijo de vecino a través de los malditos estereotipos, pero, es cierto, que hacia estos grupos puede haber miradas más violentas.

Pero si yo me he metido en un jardín con lo de enjuiciar, Montero se ha metido en una selva, porque si entonamos la identidad de género estamos diferenciando a hombres y mujeres. A no ser que lo que queramos es hacer esa diferencia para enfatizar el valor y el poder de las mujeres sobre los hombres, lo que conllevaría que la mujer acabase haciendo lo mismo que lo que se supone que el hombre ha hecho con ellas; lo cual nos llevaría a que somos iguales. Por tanto, para qué puñetas tanto lío, para qué volver a pelearnos en el barro ¿Por qué no respetarnos en nuestras diferencias individuales, no grupales?