viernes, 1 de septiembre de 2017

EL LENGUAJE NO ES SEXISTA


El lenguaje es un conjunto de sonidos, signos y reglas mediante los cuales el hombre manifiesta cosas, hechos, sensaciones, sentimientos, pensamientos…Gracias a él llegamos a conceptualizar cosas materiales, inmateriales e, incluso, inexistentes. Pero nadie llegó un día y dijo: voy a inventarme unas reglas para comunicarme. El lenguaje se fue desarrollando con la evolución, de la relación del hombre con el mundo. De ahí que cuando hablemos del lenguaje hay que tomar en consideración no sólo aspectos lingüísticos, semánticos o sociales, sino también antropológicos, puesto que ha sido un elemento evolutivo.

Y el lenguaje asumió en su momento el hecho de que hubiese dos géneros: macho y hembra. Así hay palabras en género masculino y femenino, aunque las cosas no tengan sexo. Se puede argumentar que en las profesiones predomina el masculino, pero debemos tener en cuenta que, en la evolución, la hembra tuvo los problemas de su condición: menstruación, embarazo y lactancia, lo que la hacía más vulnerable, necesitando una protección que, poco a poco, ha ofrecido la sociedad.

Lo que hacemos hoy al decir que el lenguaje es sexista es confundir género con sexo. Si el lenguaje fuera machista todas las palabras serían masculinas. Pero no es así. Las palabras definen conceptos para reconocer la realidad. Así juez es alguien que imparte Justicia; no tiene sexo, es neutro. Luego están los artículos para aclarar un poco más: la o el juez para saber si es macho o hembra y luego, si se quiere especificar más están los adjetivos para calificarlos como queramos. Últimamente nos da por poner buenos o malos jueces, pero eso es ya valoración; no es el lenguaje el que lo hace. Hay muchas cosas más como los morfemas que van delimitando nuestra percepción.

Cuando criticamos el lenguaje por crear referentes volvemos a confundir. Lo que crea el lenguaje es un referente a nivel de concepto. Volviendo al juez, alguien que imparte Justicia, sin más valoración. Otra cosa  es el nivel de la significación. Eso no procede del lenguaje que es neutro, no valorativo. La significación, sin embargo, es social, procede de las múltiples convenciones y condicionamientos sociales, además de los contextos, que  valoran lo que nos rodea. Algo que procede de nuestra historia colectiva y de la moral que establece lo que es correcto o no. Pero el lenguaje no tiene nada que ver ahí, no valora. El lenguaje cobra significación a través del contexto social, particular, moral, físico, expresivo, simbólico…

Si decimos la casa es azul, el lenguaje está diciendo lo que esta diciendo a nivel semántico: artículo, sustantivo, verbo y adjetivo que crean una imagen en nuestro cerebro; pero si decimos la casa es azul delante de una hilera de casas amarillas, entonces, adquirirá un significado particular porque es especial, y si quien lo dice es un cargo público y la Ley señala que las casas deben ser amarillas, la significación cobra otro tipo de importancia.

El lenguaje, por tanto, no puede ser sexista, sino que somos nosotros, quienes lo interpretamos, quienes establecemos esa connotación, el carácter que adquiere una frase. El lenguaje busca una economía de palabras mediante la cual llegar a una comunicación efectiva, lograr conectar con quien deseamos. Evidentemente, la comunicación se ha ido complicando porque no es solo el lenguaje el que interactúa, sino muchos otros elementos presentes en esa interacción como el contexto, el entorno social, lo simbólico… Ese es el espacio en el que se mueve el sexismo, la desigualdad, no en el lenguaje.

 

 

 

domingo, 2 de julio de 2017

VIENTRES DE ALQUILER PARA ABRIR MENTES

El debate que la propuesta de Ciudadanos sobre la regulación de los vientres de alquiler ha abierto y que muchos consideran innecesario, supone, sin embargo, un incentivo para profundizar en muchos de los cánones sociales que dominan la percepción conjunta que tenemos de la realidad. Quizás el Parlamento no sea el lugar más idóneo para ello, ya que es necesaria una revisión mental de nuestros preceptos antes de abordarlo legislativamente. Pero puede ser la espita que haga explotar ese debate.

En el debate sobre la maternidad subrogada hay varios aspectos fundamentales a nivel social: la mercantilización del cuerpo de la mujer, la percepción de lo que podemos asumir moralmente o la sacralización de la maternidad, entre otros.

Creo que no se ha profundizado en estas cuestiones, sino que las argumentaciones se han limitado a la instrumentalización del cuerpo de la mujer debido al exceso actual de sensibilidad en este tema.

Sin embargo, tanto hombres como mujeres instrumentalizamos nuestros cuerpos en función de nuestras potencialidades, ponemos en el mercado nuestras capacidades y no siempre libremente. Porque estamos en una sociedad en la que todo se vende y se compra, aunque no tengamos esa sensación o no se hable de ello. Y es cierto que siempre son aquellos que están en peores circunstancias económicas quienes tienen que someterse a ello. Ahí está la donación de semen y óvulos. En principio, no se venden, sólo se compensa por las molestias. Puro eufemismo. Y en el caso de la mujer, la donación supone someterse a estimulación con medicamentos, así como a una intervención quirúrgica. Donaciones anónimas, pero en las que se registran todos los aspectos de la persona: color de pelo, ojos, constitución…Supongo que para adaptarse mejor o, quién sabe, si establecer una carta.

Ya lo he dicho en alguna ocasión ¿Qué grado de explotación estamos dispuestos a asumir? ¿Aquel que no implique una carga de conciencia estrictamente moral y religiosa? Estamos en una sociedad en la que se degrada al individuo, se mercantiliza; hasta la propia educación se programa para crear trabajadores. Pero eso no nos asusta. Por eso, no llego a entender por qué es menos asumible vender sexo o vientres que vender 12 o 15 horas de vida y tiempo en trabajos mal pagados y poco satisfactorios que influyen en los hijos de esos trabajadores niños. Pagamos a otras personas para que cuiden de nuestros hijos, algunos hasta son criados por ellas, pero son tuyos, los has parido con tu vientre.

Por otra parte, esa mujer que vende su vientre puede tener pareja. Entonces, quién decide. ¿Por qué las mujeres queremos ser libres para abortar, pero no para vender nuestro vientre? Preguntas y más preguntas que proceden, en muchos casos, de esa conciencia social y moral que domina nuestra percepción y valoración de la realidad.

Claro que aquí estamos hablando de una potencialidad muy concreta de la mujer, por no decir única, que la diferencia del hombre: la posibilidad de portar vida en su interior. Eso nos ha condicionado en nuestra evolución. El hombre ha usado sus características propias: fuerza y ausencia de concepción y la menstruación para auparse en el escalafón. ¿Podemos hacer uso nosotras de esa diferenciación que nos define?

Es cierto que serán las mujeres más desfavorecidas las que tiendan a hacer uso de esta posibilidad, aunque no todas podrán, como en el tema de los óvulos. Eso implica muchas reticencias. Pero, entonces ¿Por qué es más asumible una adopción internacional en países más desfavorecidos? También estamos haciendo uso de una situación de precariedad. Aunque, en este caso, nos decimos que estamos haciendo un bien a alguien ya nacido. Nos estamos engañando, ya que si queremos hacer ese bien podríamos ayudarlos en sus países.

Pero queremos ser padres y madres, queremos ver en nuestros hijos nuestra proyección futura. Sacralizamos la maternidad y al sacralizarla su utilización se convierte en pecado. Así se entiende la maternidad como un ideal al que se debe tender y nos cuesta pensar que una mujer no quiera tener hijos porque vea en ellos una carga. Si contemplásemos la maternidad como un hecho simplemente biológico, sin connotaciones morales, quizás pudiéramos establecer nuevas premisas sobre las que debatir en este tema del que queda mucho por decir y hacer, entre ellas abrir la mente para hablar sin tapujos.

 

sábado, 15 de abril de 2017

LEALTAD AL PARTIDO

Tengo la sensación, a raíz de los acontecimientos que se van sucediendo en el PSOE, que de un tiempo a esta parte se ha puesto sobre la mesa esa coletilla tan habitual: lealtad al partido.  Siempre la he escuchado y la he puesto en mi mente entre comillas. Nunca he dejado de preguntarme por qué esa lealtad era tan importante. Cierto que quienes se dedican a la actividad política están sustentados por las siglas de un Partido y por su historia; pero no es menos cierto que ese partido viene sustentado por unas personas que lo han hecho posible, dentro y fuera de él; porque los partidos también se alimentan de las demandas sociales. No debemos olvidar que hay gente que no se identifica, ni se afilia a ningún partido, pero tiene iniciativa e ideas, algo a lo que los políticos no deben renunciar. Y si lo hacen, mal asunto. Ocurrió en la guerra civil. Muchos fueron asesinados por sus ideas, lo cual no implicaba estar en un partido, sino aspirar a cambiar el orden de las cosas. Por ejemplo, alguien que pretendiera comprar tierras en una zona de terratenientes era, sin duda alguna, alguien subversivo. Luchaba por lo que creía justo, aunque no entendiera nada de política.

Así que siempre me he debatido entre esa dualidad: personas y partido, ambos con unos objetivos más o menos similares, aunque con distintas maneras de abordarlos.

Claro que la sentencia tan mencionada sobre la lealtad pone por encima de todo al partido y eso me conlleva cierta incomodidad

Porque: qué es lealtad o qué es el partido. Lealtad es ser fiel por gratitud, como lo son los perros, aunque también se utiliza, pero muy poco, desde un punto de vista relacionado con la legalidad o verdad: fiel a la verdad. Sin embargo, como para mí la verdad, en muchos aspectos, suele ser muy subjetiva, y más en política, la lealtad se me antoja como algo impuesto.

Vayamos a la otra parte de la sentencia. ¿Qué es el partido? ¿Unas siglas, una historia, unos ideales? ¿O es la estructura del momento presente en el que se pide lealtad? ¿Es aquello presente y no futuro? Posiblemente, quien diga la sentencia tendrá claro a qué se refiere, o eso espero. Pero quien la escucha la interpretará a su manera.

En fin, sencillamente, a mí no me gusta nada esa frase. Me llena de dudas sobre lo que me están pidiendo y yo tengo muy claro lo que quiero.

 

 

 

lunes, 13 de marzo de 2017

EL DESCRÉDITO DE LA ESCUELA PÚBLICA NAVARRA

Los datos reflejados en Tudela son desoladores, que dos colegios concertados sean más valorados y elegidos por las familias que los cuatro centros públicos dice mucho, no sólo de la política, sino de la propia sociedad que los sustenta.

Jamás he podido entender cómo se llega a valorar más una escuela concertada que una pública. Jamás, porque tengo experiencia en ambas. La escuela pública es de todos, la construimos todos, los profesores son elegidos en base a la igualdad, mérito y capacidad. Bien es cierto que, quizás, las oposiciones no sean la mejor forma de valorar las capacidades de una persona, de un profesor, pero es la única manera de hacerlo en igualdad. Y, por supuesto, es mucho mejor que el dedo, el hijo de, tan habitual en la concertada. Habrá quienes cuestionen este supuesto porque no son todos, pero es así en los concertados y privados y en otros muchos puestos de trabajo no sujetos a oposiciones. Y el que no quiera verlo que no lo vea.

Evidentemente, la política de recortes, la indefinición ante modelos distintos, la desigualdad en el reparto de alumnos, el cambio de jornadas ha influido; estos aspectos supongo que serán a analizados por parte de quienes nos representan. Sin embargo, entiendo que debe haber otro tipo de componente proveniente del entramado social, de la idiosincrasia propia.

En este sentido siempre he tenido la sensación de que la sociedad Navarra ha sido un tanto elitista, con una necesidad de diferenciación. Quizás sea el exceso de navarrismo arrastrado desde hace años, que promueve un orgullo patrio que para mí sigue siendo trasnochado, pues ese orgullo de lo propio no hace más que limitar las perspectivas y la amplitud de miras que te puede otorgar una mente abierta hacia lo que no es exclusivo.

Muchos dirán que qué tiene que ver el orgullo patrio con la educación concertada. Sencillo: la diferenciación como grupo. Mientras la escuela pública, entiendo, que debe tender al impulso de la persona como ente diferenciado, la concertada, en cambio, puede alentar la definición como grupo social, como grupo diferenciado con unos valores concretos, normas concretas y hasta vestimenta concreta. Porque no podemos olvidar que la escuela privada y concertada ha sido elegida siempre por las clases más favorecidas, era un plus de personalidad, como quien lleva un Mercedes o ropa de marca; mientras en la pública se vivía y se vive la complicación de tener que atender a la diversidad.

En suma, se podría decir, que en esta elección subyace un ansia de privilegio, algo muy asumido en nuestra Comunidad teniendo en cuenta que somos, en comparación con el resto de Comunidades, un ente diferente, privilegiado, diría yo, en el ámbito de competencias y de relación con el Estado.

Por eso siento lástima, lástima al comprobar que no apoyamos realmente a la escuela pública. Evidentemente, cada cual es libre de elegir. Pero yo estoy plenamente convencida de que no es mejor; puede ser igual en el ámbito curricular, pero no mejor en lo que se refiere a la formación como persona en independencia, libertad de pensamiento y en el esfuerzo que un alumno de la escuela pública debe llevar a cabo. Y eso forma carácter, forma en la lucha.

 

viernes, 20 de enero de 2017

SOBRE RESPONDABILIDADES

Responsabilidad es una de esas palabras que, hablando en plata, me revientan porque se utiliza como palabra fetiche. Habitualmente, esconde un juicio de valor por parte de quien las pronuncia. De hecho, durante estos últimos meses hemos presenciado cómo muchos políticos apelan a esa responsabilidad sin definir nada al respecto.

Evidentemente, podemos pensar en la responsabilidad, en lo que significa con respecto a alguien, sea una persona o sea un conjunto. Pero la responsabilidad tiene varias caras: una es el quién y otra el qué y cuándo se puede apelar. Pero ahí no solemos entrar, eso se nos olvida; fundamentalmente, porque o no nos interesa o porque se nos olvida; y es que hemos sacralizado en demasía el concepto de responsabilidad. Como otros muchos conceptos en los que no nos paramos a pensar en lo que conllevan.

Así que, parémonos un momento a pensar sobre esa responsabilidad. Si yo, como político, soy responsable ante los ciudadanos de mis decisiones, cuál debe ser mi actuación. En principio, debe ser coherente con lo que se esperaba o se dijo. Y ahí está la cuestión. Porque quien apela a la responsabilidad en el otro, a veces, si no hay un hecho claro de incongruencia, está interpretando y está dejando entrever que es él quien tiene la verdad, el que tiene la sabiduría, la ética y todo lo que le venga en gana tener. Es decir, que él interpreta, desde su punto de vista, que el otro no es responsable, y que no tiene ni idea, que es más malo que el diablo; en suma que ha decidido que no es responsable bajo criterios propios. Porque, normalmente, el argumento se queda ahí: “no tiene responsabilidad de Estado”, “no tiene responsabilidad sobre sus hijos”. Pero no profundizamos en los argumentos. Estos suelen quedarse en una enumeración de situaciones que la persona que juzga estima que no son adecuados, de nuevo, desde su punto de vista. Un punto de vista que puede estar cargado de ideología o de moralidad.

Y es que estamos muy habituados a hablar de conceptos sin percatarnos de la carga de juicio que algunos de ellos conllevan.

La responsabilidad es algo que tenemos que tener con nosotros mismos y con los demás. Pero puede cambiar según situaciones y percepciones, no es algo concreto; está asociada a una actuación. Por eso considero que no se puede echar en cara a los demás, de forma general, sin definiciones, porque eso implica un juicio de valor interesado. Al final, cada uno puede achacar su falta a otro desde posturas distintas. Así queda el concepto vacío de contenido. La responsabilidad viene a posteriori del acto y de sus consecuencias.

Así que no suelo soportar que me hablen de responsabilidad. Hablemos de actuaciones, de valentías, de hechos, hablemos claro a la gente, pero sin juicios de valor. Porque los cambios, como siempre he dicho, no se logran por desearlos, se logran actuando y ese camino es muy largo.

Responsabilidad no es dejar al otro sin capacidad de opinar, de tener una visión distinta de cómo abordar los problemas.

Por eso no puede alguien acusar al PSN de Tudela de irresponsable por no apoyar ciertas actitudes que a mí me parecen pueriles en el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Tudela. Pueril en el sentido de dar la sensación de que sí, pero no en el tema del culebrete, de que si pero no, en el tema de la capitalidad, de que sí, pero no en la educación. Entiendo el apoyo de la representante de Geroa Bai, Anika Luján, al Ayuntamiento de Tudela. Pero el PSN de Tudela también puede apelar  a esa misma responsabilidad señalando que apoyó ese acuerdo de Gobierno con Izquierda Ezquerra, pero que eso no suponía un cheque en blanco. Eso sería también irresponsable, para con los ciudadanos y  para con sus ideas. Yo prefiero que cada cual asuma sus responsabilidades y que éstas no se vayan lanzando a los demás.

Por eso, no creo necesario apelar a la responsabilidad. La verdad no es algo presente e inamovible; la verdad se va conociendo a medida que actuamos y cuando se nos presenta cruda y despojada es cuando debemos ser responsables de lo que hayamos decidido hacer. Lo demás son conjeturas.

martes, 3 de enero de 2017

EL HUMANISMO DE LA ROBÓTICA

Aunque pueda parecer contradictorio existe un gran humanismo en el desarrollo de la robótica.  Estamos asistiendo constantemente a avances impresionantes en este campo que influyen en diferentes ámbitos: medicina, dependencia, hogar, producción.. Llegan hasta esferas puramente humanas como la comunicación.

Reconozco que no tengo ni idea de la materia, los algoritmos se me atragantaron nada más conocerlos y mi capacidad me llevó por el camino de la ley del mínimo esfuerzo: las letras.

De ahí que los avances tecnológicos me conduzcan a un dilema más bien filosófico que, por otra parte, no he encontrado la forma de resolver. En ese mismo dilema la sociedad productiva en la que vivimos tiene mucho que ver. Este tipo de sociedad conlleva que los avances o el progreso no tengan un fin, un destino, salvo el de la acumulación masiva de recursos; cuando lo que debiera promover, a lo que debiera tender es a la consecución de algo que se llama felicidad. Un concepto olvidado como motor social.

Los avances tecnológicos liberan al individuo de múltiples tareas rutinarias y en nada satisfactorias desde el punto de vista de la creatividad. A su vez, pueden conducir a la liberación de trabajos peligrosos o desmotivadores. O lo que es lo mismo la consabida sustitución de mano de obra por robots. No es la primera vez que esto ocurre, pero hoy se puede llegar a cotas más altas.

Lo que me lleva a pensar que la sociedad productiva, la que no tiene otro objetivo que mantenerse como tal, no está capacitada para asumir que el hombre trabaje menos, que dedique más tiempo a otras facetas sean creativas o de ocio. Parece ser que sólo el trabajo duro y alienante produce economía real. Y para mí lo que logra, simplemente, es reproducir un modelo de sociedad, la productiva, no la humanista.

Es decir, los avances tecnológicos que nos pueden ayudar a ser un poco más felices o, al menos a disfrutar de este tiempo que se nos ha regalado en la tierra, se desarrollan a una velocidad mayor que la mentalidad, la propia economía o la propia sociedad.

Quizás peco de ingenua o, más bien, de utópica; no lo dudo. Pero yo siempre he pensado en un futuro en el que la sociedad no fuera un mero mecanismo de producción de cosas, muchas innecesarias, sino de producción de tiempo, disfrute, cuidados y desarrollo humano. A veces pienso que nos hemos creído aquella sentencia divina que nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Sin embargo, tenemos una mente maravillosa para trabajarla, para crear elementos que ayuden a la felicidad; no en vano también de dichas sentencias se deduce que, hechos a semejanza, podemos crear y podemos, quizás, crear algo armónico.

Al final me encuentro con el dilema economicista: ¿habrá trabajo para todos con mayores avances? ¿Tendremos que plantearnos un nuevo tipo de sociedad? ¿Cómo gestionamos esa nueva sociedad? O directamente vamos a renunciar a la felicidad o a la  satisfacción. Quizás es que ya la hayamos reducido al simple hecho de poseer.