Pero volviendo a la
fiesta, lo que más me da vueltas al cogote es que en estas fiestas hay
quienes adoran al Santo en cuestión, pero al Santo figura, al de
madera, yeso o con lo esté hecho el susodicho; y lo cuidan, lo
adornan, lo visten, lo pasean, le cantan, le lloran, le piden... Sin
embargo, muchos de ellos después de cantarles y adorarles olvidan lo
verdaderamente importante del Santo: que no es la figura, sino su
obra, sus valores, su entrega, su solidaridad, su generosidad, lo que
significó en la vida. Curiosamente, esos valores no son adorados, ni
adornados, ni cantados, ni solicitados, ni llorados, ni vestidos, ni
paseados por lo adoradores.
Y cuando algún sacerdote
medio loco se permite recordarles que, además de la figura, lo que
representa es aquello de lo que todos carecemos y que más nos valía saber y entrenar esas cualidades, sale escarmentado
por la concurrencia idólatra.
Es la idiosincrasia
particular española. Ya lo decía mi madre cuando (pobrecita mía) en su inocencia
sobre este país decía: “no entiendo cómo en España hay tantas
Vírgenes, pero si madre de Jesús sólo hubo una” ¡Qué le vamos a hacer!