Vaya por delante que ni soy zoóloga, ni veterinaria, ni pretendo serlo. Sólo son apreciaciones sobre el mundo que nos rodea, con alguna pequeña pizca de conocimientos ambientales. Un animal con pedigrí es, digamos, de pura raza; pero para ello suelen cruzarse entre los propios de su raza y, si no hay demasiados, lo que ocurre es que tendrás un perro con pedigrí, pero con una genética algo repetitiva, endogámica y, por tanto, pobre en las sucesivas generaciones. Esto es así en la naturaleza; de hecho, actualmente, se está intentando que las comunidades de animales salvajes no queden aisladas para que no se vaya degradando la especie. Ejemplo es la comunidad de osos en Asturias. Hay dos zonas, pero están separadas por el hombre y se espera que, un día, puedan mezclarse.
De hecho, se reconoce que los perros sin pedigrí o chuchos
suelen ser perros más fuertes: se van mezclando unos con otros, no tienen en
cuenta razas, ni características físicas, ni nada de nada. Prima el aquí te
pillo, aquí te mato, la Ley natural de la procreación. Lo de las razas es
asunto nuestro, no de ellos. Claro que entre los animales salvajes quien
procrea suele ser el más fuerte y el genéticamente superior, ya que sus únicas
armas para sobrevivir suele ser una buena genética. Son asuntos distintos: una
cosa es la mezcla de comunidades y otra quién prima dentro de esas comunidades.
Bien. En este punto traslademos la cuestión a lo humano, como
animales que somos, en realidad.
Empecemos por la mezcla. Y he aquí las preguntas: ¿es mejor
que nos mezclemos? ¿O preferimos tener pedigrí aún a costa de, quizás, posibles
deterioros genéticos?
Cuando apelamos a la raza, como algunos hacen, ¿lo han
pensado bien? Cada cual que haga sus propias reflexiones. El mundo animal siempre nos
da ciertas pistas.
Yo por lo pronto me declaro humana sin pedigrí. Una chucha
con mezcla Normanda, Navarra y quién sabe cuántas cosas más.
Ahí lo dejo.