Pero eso no debe contaminarnos, no debe hacernos perder la
capacidad de mirar hacia nosotros mismos, de reflexionar sobre a dónde nos
lleva esta ofuscación, esta crispación de ánimos, debemos observarnos como
sociedad y responder como tal, con el respeto que se nos niega. Porque somos
mejores, conocemos, vivimos los problemas, nos invaden, nos machacan, pero
luchamos cada día.
Por eso lamento no entender ciertas reacciones críticas sin
ningún respeto. Veo cómo se apela a una libertad de expresión, para mí mal
entendida, para decir barbaridades como en el reciente caso del rapero Valtonyc;
ciertamente, no merece una pena de cárcel porque ese tipo de improperios los
hemos escuchado muchas veces en la barra de los bares. Pero mi mente me lleva
directamente hacia esas canciones protesta, tan explícitas, tan sugerentes, tan
respetuosas con la palabra y, a la vez, tan fuertes que te removían el alma y
las tripas; trabajadas y apasionadas. Ahora cualquier cosa vale, hasta el insulto
sin más; quizás a quienes vayan dirigidos los merezcan, no me cabe duda; pero, yo creo, que
nosotros somos mejores.
Nos rasgamos las vestiduras por el ataque a la libertad de
expresión cuando siempre ha estado condicionada económicamente. Lo que ocurre
es que ahora el ataque es más visual, se ve, se nota, se siente. El otro ni se
veía, ni se sentía, ni se conocía. Hoy somos conscientes de los torticeros que
pueden llegar a ser a la hora de controlar las expresiones. Hemos ganado en
visión, pero hemos perdido en perspectiva porque nuestra respuesta no está a la
altura.
Por eso me gustaría llamar a una reflexión sobre la libertad de expresión y de opinión.
Pararse un momento, dejar de vociferar a los cuatro vientos y pensar . En todas mis facetas he podido escuchar esa frase que siempre me
resuena cuando se habla de la libertad de expresión: “es mi opinión y es tan
válida como la tuya”. Pudiera ser. O no. Porque a mí no se me ocurriría debatir
con un físico sobre física o con un economista sobre economía. Me atrevería a
preguntar el por qué de ese funcionamiento, pero jamás se me ocurriría llamarle
vendido, sumiso al sistema… porque, quizás, no hace más que interpretar lo que le rodea
Una opinión es válida siempre y cuando esté sustentada por
argumentos y razonamientos. Siempre lo he creído así, aunque llegado a este
punto, ya no sé si dudarlo.
Tanto la expresión, el arte, la canción, la música, la
palabra deben trabajarse demostrando lo que un pueblo puede hacer a pesar de
sus gobernantes, a pesar de sus pesares. Así siempre ha sido en este país donde
el “qué buen vasallo si tuviera buen señor” parece sucederse históricamente
como si de una condena bíblica se tratase. Esta condena ha hecho de muchos de
nuestros intelectuales unos artistas de la ironía, del sarcasmo, la socarronería,
la estética.; artistas de la expresión y la palabra. ¿Acaso queremos perder esa
esencia en favor de la zafiedad, ordinariez, grosería o vulgaridad?
Como dijo Sampedro, debemos empezar por pensar libremente.
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