Prefiero pelearme en el barro, por eso he decidido abandonar
el Partido. La razón es muy sencilla: me siento un verso libre y no puedo evitar sentirme encorsetada, encajada,
definida. No soy una persona de estructuras, de encajes políticos, de medidas,
de tiempos. Soy más bien pasional a la vez que utópica. Pero eso no me hace
estar fuera de la realidad, la cual intento analizar, y dudo. Dudo de mis
propias convicciones y de las de los demás.
Para mí es importante contrastar ciertas argumentaciones
que, en algunos casos, se convierten casi en dogmas; dogmas a los que dices sí o sí, sin que haya cabida la pregunta. No soy dogmática, ni
nacionalista, ni independentista, no me defino en esos aspectos. Prefiero abrir
los oídos escuchar, aunque, a veces, no entienda las posturas cerradas, porque
mi principio es la duda.
No soy leal de por sí; mi lealtad viene a través de los
argumentos y del debate y no lo he logrado. Quienes me conocen saben que no me
gustan las normas, las no escritas, aquéllas que pertenecen a grupos,
identidades, nacionalidades, tribus…Prefiero el individuo libre, respetuoso con
la ley jurídica, pero que lucha por cambiara si ésta no se ajusta a la realidad
de cada uno de los individuos.
Mi carácter me ha llevado a plantearme la baja del Partido,
aunque no de mis ideas cercanas a él. Han sido meses y meses de reflexión
profunda. Al final, me he dicho, tampoco soy tan importante: un número más.
Puedo decir que mi baja está motivada por una cuestión de
sentimiento, de sensación de vacío y de querer más; de una valentía que no logro ver en los discursos.
Debo agradecer al Partido Socialista haberme dado la
oportunidad de comprobar la política por dentro. No en vano, siempre he dicho
que el periodismo y la política son dos caras de la misma moneda que da
vueltas.
Ambas, política e información, son tremendamente necesarias
para la democracia y ambas están contaminadas por ciertas presiones asumidas como justas y que pueden venir desde esferas que pocas veces tenemos en cuenta: familias, tradiciones...
O así me lo ha parecido. En muchas ocasiones el bien común, el derecho de los
ciudadanos, la defensa de la igualdad,
de la justicia, de la equidad, están mediatizadas por esas presiones sentidas como lógicas y asumibles. Y
con ellos no solo me refiero a los económicos. Para mí hay muchos más
grupos de poder que los bancos o las multinacionales. Hay grupos tradicionales
en cada pueblo, en cada ciudad y la interpretación de algunos problemas sólo se
argumenta bajo su punto de vista, el de los demás no importa. Porque el debate
se minusvalora.
Fui concejal en un pueblo socialista y tras dos años y
muchos proyectos realizados, de los que me siento orgullosa, dimití. No podía
seguir cuando mi propio grupo me quitaba la palabra para dársela a la
oposición.
He sido miembro del Comité Regional del Partido Socialista
de Navarra. He acudido a él y siempre he intervenido, límite 5 minutos. También
en el Congreso. Todavía recuerdo el comentario que le dije a la mesa: “nos
reunimos cada cuatro años, al menos déjeme terminar”. O algo así. Me llamaban la atención por hablar demasiado
(siete minutos). Formaba parte de una Comisión sectorial. La primera reunión
fue patética: dos. No hubo más reuniones. Para qué.
No quiero hablar de otros aspectos. No merecen la pena
porque son de todos conocidos. La política para muchos es un juego, una
estrategia en la que se establecen unos resultados que, en muchas ocasiones, no
tienen en cuenta que la realidad de las personas tiene casuísticas de lo más
variopintas.
Soy de las socialistas que ha vivido muchos de los problemas
de esta sociedad. Vivirlos en tus propias carnes y en las de otros, a los que
escuchas, saber las dificultades que encuentras en la Administración, intentar
debatir sobre ello y no encontrar el foro adecuado para que las personas tengan
el apoyo necesario, al final acaba contigo.
En las últimas, después de trabajar en turno de noche. |
Como siempre seguiré luchando por las ideas, porque éstas
permanecen más allá de quienes las representan. Por ahora no sé de qué forma
canalizaré mi inquietud, mis ganas de aportar y trabajar, pero lo que estoy
segura es que es imposible acallar mi voz. Confío en nuestra democracia, con
sus enormes defectos, y sé que hay un enorme camino por recorrer. Lo cual no implica resignación, sino ilusión por empezar como termitas, poco a poco, sabiendo cuál es el objetivo.
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