Pero yo quiero añadir otra
preocupación al respecto: la desinformación y limitación de
perspectivas que se dan en el mundo rural, incluso en municipios con
una población amplia, de más de 10.000 habitantes. Y son muchos los
ciudadanos que viven en estas poblaciones y que influyen en el
devenir de nuestra sociedad. Hay quienes elogian la vida rural. Tiene, evidentemente, sus encantos, pero no podemos obviar su problemática social y laboral.
No basta con cambiar las acepciones del diccionario.
La restricción de actividades a únicamente la industria, la comercialización, el sector primario y los servicios conlleva una limitación en relación con la visión de las potencialidades del mundo. Sobre todo por el hecho de que quienes, por su formación, han adquirido otras potencialidades tienen que salir de ese entorno para desarrollarse. La investigación brilla por su ausencia y, por ende, la duda, la autocrítica, el inconformismo…
De ahí que suela primar la endogamia,
la autocomplacencia de lo propio, la tradición y, por tanto, el
impulso de actividades que siempre se han desarrollado en el lugar.
Eso, desde mi punto de vista, conlleva que la mentalidad siga anclada
en unos parámetros de una falta de avance hacia nuevas
posibilidades, una nueva mentalidad que crea en la capacidad para
cambiar. Y como lo propio es lo mejor, no hay avance, sino
mantenimiento de una estándar de vida que, incluso, en las
poblaciones más pequeñas se refleja, particularmente, en familias
que adquieren una especie de cátedra sobre el particularismo social
municipal.
A ello se une hoy una tendencia en
ciertas administraciones públicas, muchas de ellas promulgadas desde
la izquierda, a desarrollar proyectos y actividades que en lugar de
intentar generar riqueza, lo que practican es una especie de política
de imagen, de corrección social que bien pueden promover un cierto
cambio en la perspectiva del respeto entre las personas, pero que no
llegan a la raíz misma, que no es otra que el sentirse realizado y
valorado. Y esto último se logra con una sociedad en la que la
persona se sienta satisfecha con lo que puede aportar y recibir.
Por supuesto, es comprensible la
necesidad de centralizar determinados aspectos de la investigación
para abaratar costes y acercar a los propios protagonistas. Sin
embargo, estamos en una sociedad que ha traspasado las barreras de la
distancia y es hora de dar el paso para la posible descentralización
de una parte de la investigación y de otras muchas esferas, dando
paso a nuevos enclaves donde desarrollar estos aspectos y que, en
algunos casos, acercaría a los propios científicos a los focos
empíricos de los problemas. De hecho, ya hay pequeñas empresas que
lo están haciendo.
Así que entiendo
que, a la preocupación por la investigación en nuestro país, se
debe sumar este otro aspecto que olvidamos y que puede influir en
desarrollos posteriores y en cómo vemos la política o cómo nos
vemos a nosotros mismos. Quizás el comienzo esté en cambiar la
mentalidad de todas esas personas que permanecen en el mantenimiento.
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