Universidad, años 1991/1993 (qué
vieja soy). Tras la carrera me decido a hacer el doctorado porque me encanta la
Teoría de la Comunicación y lo que se puede hacer con las palabras, los
silencios, los gestos, las actitudes, los contextos….. Bueno, al meollo. Ultimo
año. Tengo mi proyecto de tesis, incluido un concepto nuevo, “simulacro
autorreferente”. Yo, inocente de mí, pensaba que había que ir con una buena
idea a los profes. Pero no. Lo importante era pulular entorno a ellos, no a
todos, que no todos son casta, para que dirigiesen lo que fuese o te sugiriesen
algo. Yo no quería que me sugiriesen. Presenté mi tesis a un profe y la verdad
fue muy sincero: “puedo dirigirla, pero planteas cosas que al Tribunal no se le
han ocurrido. Deberías hacerlo de otra manera” Primer batacazo; y con lo
cabezota y rebelde que era yo por aquel entonces, a la par que inocente.
Al mismo tiempo, durante ese año,
trabajé de “negra” en el Departamento. Había un adjunto desarrollando una de
esas tesis de las que se conoce de antemano el resultado, subvencionada por el Instituto de
la Mujer, creo. Necesitaban gente para analizar videos y spots sobre la imagen
de la mujer. ¡Vamos! Un simple vistazo y valía para darse cuenta. Pero había que codificar, hacer el paripé me parecía a mí. No sé qué ganas tenían de codificar todo. Al final,
en ese trabajo, primero de análisis en casa de videos y spots y después en el
departamento con la puñetera codificación, me convertí en coordinadora del
equipo de negros. Sin papel oficial que lo dijese, claro, para eso éramos negros. Pero
la coordinadora metía horas desde las 9 de la mañana a las 9 de la noche,
mientras los demás negros se iban turnando. Llegué a saberme los códigos de
memoria.
A su vez, (así es la Universidad,
te pasan un montón de cosas en un momento), tuve un profesor ( el de la casta)
que insistía en que muchos de nosotros no teníamos que estar allí. Muy
alentador, el señor, apoyando a quienes deciden estudiar e ir un poco más allá.
En el doctorado, en todas las materias tenías que hacer un trabajo de
reflexión. Los míos eran larguitos, leía un montón de libros y reflexionaba sobre hipótesis propias. Todo ello a máquina, no tenía ordenador. Yo
logré sobresaliente en todos ellos, más alguna felicitación. Con el susodicho
profesor no hubo forma, no me dio ni nota. Y eso que mi trabajo consistió en
contactar con una persona de la Teología de la Liberación y contrastar opiniones.
¡A quien se le ocurre, contrastar! No me había dado cuenta de algo muy
importante, con la casta no valían trabajos, ni contrastar opiniones, había que
decir lo que él quería. No admitía otras consideraciones, otras reflexiones que
no fueran las suyas. Pero de eso me percaté después, ya que estaba convencida de que la que fallaba era yo, que no lograba reflexionar adecuadamente sobre el tema.
En principio, eso no me hubiese
importado, puesto que por el trabajo de negra me tenían que dar algo de dinero
y créditos que sustituía la nota del “casta” de profesor. Pero cuando llegué al
Departamento a pedir lo mío no había créditos, nadie respondía y a la hora de
cobrar me encontré con el principio de igualdad mal entendido: la negra de las
12 horas cobraba igual que todo el mundo, que había hecho 2, 4, 6 u 8 horas.
Entre una y otra cosa salí
defraudada de la
Universidad. No de toda, por supuesto, sino de determinada
“casta de profesores” que se empeñan en insuflar su dogma, apoyando a quien le sigue, sin querer escuchar
otras reflexiones, así como de la forma de investigar, a veces. Lo bueno que me llevé es el conocimiento, que los títulos se
los queden ellos, que eso no me lo quita ninguna casta, sea la que sea. Como tampoco ninguna casta me impide pensar o votar en libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario