Recientemente, hemos vivido movilizaciones ciudadanas, pero en el fondo estaban alentadas, movidas desde los partidos políticos, mientras quienes gobiernan buscan los culpables entre parte de la sociedad para ser depositarios de su ineficacia; por su parte, la oposición ha dejado de existir, porque la calle es del Gobierno.
Mientras, algunos hablan de reventar a la derecha, lo que supondría que no hubiera oposición y por tanto estamos llegando a un nivel de inconsciencia apabullante. Más, si cabe, cuando una vicepresidenta llama a la ciudadanía a manifestarse contra la oposición, lo nunca visto en una democracia, para echarse a reír.
Hemos olvidado que los políticos, sobre todo los que gobiernan, son los que establecen las políticas y los responsables de que las mismas funcionen o no.
Sin embargo, nos hemos habituado a que los mismos culpabilicen a sectores ciudadanos, sean los que sean, sean ricos, empresarios, propietarios o a la oposición. La cuestión es no responsabilizarse de los resultados.
La cancelación de la oposición lleva a una situación esperpéntica porque, cancelada la oposición política, no hay voces disidentes entre los ciudadanos que se puedan tener en cuenta, ya que hay otra arma: el negacionismo.
Cancelados unos y acusados otros de negar la mayor, el campo es libre para hacer lo que a uno le venga en gana y poder señalar: sólo yo sé lo que te conviene, sólo yo sé lo que hay que hacer; solo yo soy el pueblo.

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