Hoy hay una gangrena: el envejecimiento de la población y, por ende, el aumento de las enfermedades mentales. Lo saben, pero no debaten sobre las implicaciones; así podemos encontrarnos con personas, muchas mujeres, que se encuentran concatenando enfermedades mentales hasta que llega el punto de amenazar con destruir la salud de las mismas y de sus hijos. Para la administración no importa, sus hijos no son iguales que los hijos de los demás y no merecen protección. Hay que acabar poco a poco con el miembro sano, someterlo.
Del mismo modo ocurre actualmente en política, cual camarilla del XIX; se amputa el miembro sano, como ha ocurrido con Lobato en Madrid, y se mantiene la gangrena mediante aquellos miembros que reniegan de sus ideas, ni siquiera las reconocen y empiezan a escupir gangrena mediante discursos floridos sin contenido, olvidando, como algún portavoz, aquellas proclamas efusivas de los tiempos en los que sólo era miembro del Comité Regional del PSN. Para continuar en política hay que extender la gangrena.
La gangrena se extiende en política y contagia a la administración, entidad al servicio del ciudadano, y pasa a servir a los intereses de quien se quiere perpetuar para mantener su estatus. Los trabajadores de la misma no encuentran soluciones en la política de quienes sólo pretenden perpetuar el discurso y no las soluciones.
Es entones cuando el ciudadano percibe que esa administración que paga con sus impuestos no está dirigida a escucharle, sino que se retroalimenta a sí misma con sus necesidades y, si es necesario, amputan cualquier miembro sano, trabajador e, incluso, mujer, porque a alguna hay que joder para mantener los ideales cambiantes, los discursos floridos y la igualdad del feminismo de salón.
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