sábado, 28 de septiembre de 2024

¡Lástima de vida tan ordenada!

La mente humana requiere de la conceptualización de la realidad para poder entenderla, atraparla y, a partir de ahí, organizarla de algún modo. Así, como los animales ven su entorno con otras tonalidades, con otra perspectiva, nosotros la vemos a través de conceptos. No podemos vivir en la indefinición, sobre todo, porque hemos desarrollado conceptos más allá de los palpables. Por eso hay que ordenar la mente.

Hoy la sociedad lucha contra la desigualdad que se ha establecido a través de ciertos estereotipos marcados culturalmente. Sin embargo, sin quererlo, porque no quiero creer que sea queriendo, provoca en el ordenamiento mental nuevos estereotipos. Primero porque señalamos unos y olvidamos otros; luego porque, sin darnos cuenta, creamos nuevos. Cierto que estos últimos no van a permanecer durante mucho tiempo asentados, pero sí por un cierto tiempo que puede alargarse demasiado.

Estos son aquellos que se establecen porque consideramos algo inadecuado, corrientes de opinión que se mueven como bandadas de pájaros al unísono. Pongamos un ejemplo, las despedidas de soltero. Se instauraron como una forma de sarcasmo, un paso a una nueva vida, como hacían ancestros cuando se pasaba a la edad adulta.

Pero ahora no, ahora lo juzgamos todo a los ojos de nuestra santa inquisición. Nos hemos vuelto una especie sumamente seria y aburrida, yo diría, incluso, esturados en grado sumo.

Juzgamos todo, juzgamos eventos que exaltan acontecimientos y juzgamos, incluso, las emociones que otros viven. No queremos verlas porque estamos encerrados en nuestros estereotipo correcto, serio y recatado.

Señalamos el turismo de borrachera, como si las fiestas de los pueblos no fueran otra cosa ¿Acaso tenemos que volver a salir serios y compungidos ensalzando las figuras de los santos? 

Hasta hace bien poco reclamábamos que las fiestas religiosas eran herederas de lo pagano, de los solsticios. Aunque muchas personas siguen teniendo esas emociones religiosas que no descarto, ni crítico, pues cada cual es libre de emocionarse con lo que quiera, no es necesario tachar y juzgar a otros por tomarse la vida de otra forma.

Criticamos que la gente salga a divertirse porque esa forma de divertirse no es la correcta ¿Cuál es la correcta? Sentarse en un bar o en un bando a arreglar un mundo que no tiene arreglo?

Se podría denominar el dominio de lo correcto, que siempre ha existido, por cierto, con críticas de una época a otra. Y lo correcto no es sino un estereotipo de lo aceptado.

Viva el superhombre capaz de ver más allá.

Pero volvamos al principio marcar unos comportamientos como estereotipados y dejarse otros en la faltriquera va en contra de la igualdad: con unos queremos acabar y a otros reforzar.

Hoy parece que hay que ser tristes, disciplinados, cumplidores del deber, trabajadores, responsables, evitando expresar emociones porque, incluso, se exige la forma en cómo debemos emocionarnos. Cómo sonreír ante un presidente o las expresiones de júbilo inadecuadas que no deben alimentarse.

Hemos dejado de silbar, por señalar algo que me gusta; parece estar mal visto, cuando era una expresión de alivio, de alegría, de sensaciones.

¡Qué lástima de vida tan ordenada!

Si han viajado en metro en Madrid se darán cuenta: somos como hormigas caminando bajo unas órdenes que antes apelaban al cielo y ahora apelan al los ofendidos de turno.

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