sábado, 3 de abril de 2021

LA RESPUESTA DE LA NATURALEZA: NOS ENJAULA

Tenemos un problema. En muchas ocasiones, el ser humano no sabe disfrutar sin destruir porque quiere todo a su imagen y semejanza. Como dijo Nietzsche “Dios ha muerto, viva el superhombre”

Hoy en día se nos clasifica, en muchas ocasiones, como urbanitas o campistas. Por supuesto, el urbanita tiene peor imagen ¡Cómo no te va a gustar el campo! Su paz, su tranquilidad, su aire limpio…Sin embargo, me declaro urbanita y defensora del medio ambiente. El trocito de campo que me corresponde se lo dejo a los bichitos que viven en él. 

Estamos viviendo una explosión de disfrute de la naturaleza. La gente sale de la ciudad buscando campo, silencio, árboles, respirar aire puro, como si el campo estuviese libre de contaminación. Pesticidas, agua o aire contaminado, ninguno de ellos se detiene ante fronteras o líneas divisorias. Tanto es así que el campo, la naturaleza empieza a estar masificada, al igual que el propio Everest. Lo mismo ocurre en nuestro país. Nos hemos vuelto  todos amantes de la naturaleza, aunque sigamos destrozándola de tanto amarla.

Habíamos transformado las playas en zonas adecuadas a nuestros deseos y de nada han servido legislaciones. Poco a poco, vamos transformando los ríos, los bosques, los parajes naturales en lugares de ocio porque así se logra un mayor desarrollo sostenible. Se logra afianzar la población en las zonas rurales. ¿Pero es sostenible, a la larga con semejante explosión? Ya no son unos pocos, ahora son multitud.

Somos demasiados haciendo lo mismo ¿Por qué ocurre esto? Porque se ha convertido en un negocio. De hecho, cuando alguien quiere regular las visitas a un parque natural los ciudadanos colindantes se echan encima de los gestores porque el campo es de todos y hay que disfrutarlo.

Transformamos la naturaleza amada en lo que a nosotros nos da la gana, con lo que nosotros estamos satisfechos. Los perros ya no son perros, eliminamos sus molestos ladridos con collares, su carácter canino con educación y se convierten en objetos, casi peluches que se mueven. A los gatos, esos felinos a los que les costaba tanto adecuarse, poco a poco, van cayendo en la trampa y han dejado de ser esos seres independientes y salvajes. Y a los pájaros los metemos en jaulas para que no vuelen.

La naturaleza tiene sus propias reglas, su propio equilibrio y vamos nosotros y rompemos esa armonía con nuestras caminatas, nuestras bicis, nuestras motos, en suma, nuestro ruido. Hemos llegado a tal extremo que, durante el confinamiento, los animales pasaron hambre porque no estaba el humano dejando sus desperdicios, actuando sobre el terreno, dejando un rastro al que muchos animales se han habituado ¡Hasta dónde hemos llegado en nuestra intervención!

Luego nos sorprendemos de que ocurran cosas como el coronavirus. La naturaleza, desde lo más profundo de su refugio, nos manda un órdago. Es curioso, nos ha metido en jaulas. No creo que sea el último. Seguro que hasta su último suspiro luchará por su supervivencia; al igual que nosotros. Pero, en esta ocasión, la guerra la perderemos todos.

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