sábado, 12 de septiembre de 2020

A CALLAR: DEBATE CRIMINAL

Vivimos una época en la que no hay contestación hacia ninguna medida. Sólo algunos sectores se atreven a levantar la voz, como la hostelería, porque ven peligrar sus negocios. Pero, la contestación en sentido estricto, la contestación referida a cuestiones que no comprendes, como derecho de réplica ciudadana, parece diluida en nuestra sociedad. Los disidentes, aquellos que dudan de las actuaciones, de ciertas medidas, son calificados como negacionistas, irresponsables o egoístas.

La duda, el debate, el pensamiento se han criminalizado y esto puede ser grave ya que adormece a las gentes y a su capacidad de reflexión. Nos imponen medidas bajo pena de multa. No se imponen medidas con explicaciones lógicas. Y todos vamos como un rebaño obedeciendo.

No dudo de la pandemia, no dudo de la virulencia del virus, dudo de las medidas y, sobre todo, de la posibilidad de llevarlas a cabo en algunos aspectos. Pero eso no importa, la culpa es nuestra, siempre nuestra porque dudamos, porque no hacemos bien las cosas.



La criminalización de la duda puede ser nefasta para una sociedad que quiere avanzar. A veces, tengo la sensación de estar en un totalitarismo, en una dictadura del pensamiento único. Porque se fomenta la denuncia entre vecinos, al igual que al inicio.

Ya ocurría antes y durante el confinamiento, momentos en los que nos encontramos con informaciones contradictorias y casi nadie podía decir nada. Sus palabras eran aplacadas con la máxima: esto no ha ocurrido nunca, es algo nuevo. Y las gentes salían a los balcones imputando, insultando, sin saber, sin conocer. No hacía falta: la máxima era la máxima.

Es decir, después de siglos de desarrollo, nuestra sociedad es incapaz de abordar lo imprevisible. Y lo imprevisible está en la naturaleza. Lo que me lleva a pensar que poco hemos aprendido o poco hemos escuchado y dudado.


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