lunes, 3 de septiembre de 2018

LAS BUENAS MUJERES

Ante el ambiente de buenismo mujeril que predomina hoy, me vienen a la cabeza algunas apreciaciones. Cuando hablamos de sexo en la sociedad solemos dejar de lado aspectos antropológicos y biológicos. No debería ser así porque éstos han influido en cómo nos hemos desarrollado socialmente. Desmond Morris apuntaba como hipótesis la pérdida del celo en la mujer como una de las claves en el desarrollo de las relaciones macho-hembra humanos: esa pérdida supuso la protección de la mujer por parte del hombre en momentos de riesgo. Ese riesgo no proviene de su debilidad, sino de la biología: portamos la descendencia, amamantamos…
Era necesario establecer algún tipo de relación para la supervivencia como especie. Así podríamos tomar la perspectiva de que el sexo es una necesidad para la especie como lo es comer o beber. Hoy comercializamos con nuestras necesidades básicas: compramos comida y agua ¿Por qué, entonces, nos alarmamos si compramos sexo? ¿Por qué los trabajadores que comercian con algo tan esencial como la comida y  el agua están sindicados y son bien vistos?
Otro aspecto antropológico es que, en la mayoría de las ocasiones, en la naturaleza, la hembra decide con qué macho se queda. Suele ser el más fuerte; por supuesto, también la hembra más adecuada para la procreación será la más solicitada. El hecho de que la hembra decida, no entramos en cuestiones delictivas, supone una ventaja, pues tiene más fácil el acceso a una necesidad como es el sexo; el macho espera o lucha. Esa es, me aventuro de decir, una posible razón de que haya habido más putas que putos.
El sexo en el mundo animal se entiende, sobre todo, como supervivencia de la especie; aunque algunos observadores apuntan cierta tendencia al placer en algunas especies. Sin embargo, en el humano las relaciones macho-hembra se han desarrollado de otro modo; en ellas han influido aspectos sociales, culturales o religiosos, éstos últimos los más duros con la mujer, quizás por su facilidad para acceder al sexo. Además, incluimos un sentimiento nacido, quizás, de esos lazos de protección: el amor.
Ciertas culturas comercializan con estas relaciones. De hecho, conocemos muy bien cómo algunas entregan a sus hijas menores a señores mayores restableciendo ese vínculo arcaico de protección que, hoy en día, la mujer ya no necesita, puesto que la sociedad es la que protege a los individuos.
De hecho, consideramos estas prácticas como una aberración; y lo es en tanto que no es la mujer laque decide, sino una tradición, una cultura que se cierne sobre el individuo y lo encarcela.
Avanzando un poco más, la hembra humana ha utilizado esa ventaja que la naturaleza de ha otorgado. La mujer no es siempre un ser dulce, delicado el que se aprovecha el hombre en su beneficio. Olvidamos cómo la mujer utiliza su condición, por ejemplo, para conquistar al hombre con la cartera llena, aunque no de la talla para una mejora de la especie y su supervivencia. En suma, decide quién la va a proteger mejor económicamente, comercia con su sexo. Cierto que luego se viste la relación con la belleza interior del susodicho macho. Incluso la propia sociedad ha tratado al hombre como un objeto cuando lo ha considerado como un buen partido. Es decir, incluimos valores económicos en nuestros juicios sobre las personas.
Hay mujeres, suelen ser las más agraciadas, que no han mostrado ningún recelo a la hora de utilizar su sexo para lograr ciertos objetivos sociales o laborales; cierto que, ahora, generalizamos nuestra opinión señalando que es un abuso contra la mujer; aunque no creo que la aspirante menos agraciada opine del mismo modo.
Actualmente, las mujeres intentamos liberarnos de muchos condicionamientos y tabúes teñidos de culpa. Pero todavía seguimos pensando que el sexo es cosa de hombre, cuando puede entenderse como una necesidad. Casi sacralizamos nuestro sexo.
Sin embargo, en esta evolución social del sexo, el acceso de la mujer al mundo laboral ha propiciado que algunas no logren ese acceso inmediato a la satisfacción de una necesidad. No pueden decidir en el entorno social porque son mujeres que han priorizado su estatus económico y profesional sobre el personal o de la especie. Lo han decidido así; pero ese mismo estatus propicia que puedan acceder al mercado del sexo, que puedan comprar su satisfacción. Quizás debamos acostumbrarnos a ello. No considero criticable esta opción. A veces introducimos valoraciones de clase en este aspecto. Pero las mujeres de estratos sociales de base  tienen acceso rápido al sexo  si así lo desean y sin contraprestación económica.
Pero como la conciencia social puritana está todavía presente en nuestras mentes, algunas le dan la vuelta a la tortilla y en lugar de aceptar que quieren sexo señalan que el tío macizorro que se trincaron tan fácilmente las engañó y estafó.
Nos volvemos a sentir víctimas, sexo débil, en lugar de mujeres, hembras que deciden, que actúan, que saben lo que desean.
La prostitución, como la entendemos hoy en día, no es el único lugar donde se comercia con sexo; siempre ha habido matrimonios interesados que hemos vestido socialmente porque es una relación formal. Juzgamos a quienes utilizan estos servicios y generalizamos señalando que son personas que van a hacer sufrir a quien compran el servicio; evidentemente, existen, pero no todos. Hay casos en los que han surgido matrimonios a través de la prostitución. Quizás una buena regulación de los servicios quizás aportara una mejora para los trabajadores.
A la hora de hablar de prostitución deberíamos abordar muchos más aspectos, destapar cuestiones, valoraciones provenientes de una evolución social y tradicional. Queda mucho por hablar. Pero, la hembra humana tiene que empezar a interiorizar que el sexo no es cosa de hombres, sino de la especie, y que no es culpable por sentir necesidad del mismo. Cuando lo haga, habrá dado un gran paso en su liberación interior.

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