miércoles, 12 de septiembre de 2018

LA PRIVATIZACIÓN DE LA SOLIDARIDAD

Cuando se habla de subir impuestos o de establecer nuevos baremos en cuanto a las pensiones, la solidaridad, base de una sociedad que aspira a un Estado de Bienestar global, se tambalea.

Porque la solidaridad social no va de la mano de la solidaridad individual. Un individuo puede ser solidario en su faceta individual y cerrarse cuando se habla de solidaridad social.

Son actitudes que estamos viendo en el desarrollo de los países occidentales. Y es que la solidaridad, desde el punto de vista individual, ha aparcado lo social, para caer, en cierta forma, en una especie de caridad con la que el individuo se siente bien consigo mismo, ve más de cerca los resultados y quiere ser protagonista de los mismos. Como decía Bourdieu “el beneficio fundamental que uno encuentra en servir de ejemplo radica en sentirse ejemplar”

Nos encontramos con esas desviaciones de la solidaridad cuando escuchamos a personas preguntarse por qué tienen que aportar más quienes más tienen si se lo han ganado con esfuerzo y, quizás, con riesgo a la hora de invertir. Añaden que pocas veces acuden a la sanidad o educación pública, pueden vivir sin ella. Evidentemente, su argumento es correcto; pero olvidan, como es lógico, tener en cuenta otras variables existentes en una vida social. Y es que el éxito de una empresa no sólo depende de uno mismo, sino de otros muchos factores, entre los que se encuentran los otros, la suerte, las influencias, la oportunidad, hasta, incluso, pongámonos un poco sarcásticos, dar con el corrupto adecuado (esto es una licencia). Quienes triunfan no tienen en cuenta que han dejado atrás a mucha gente que, quizás, hubiese hecho mejor las cosas, pero que no han tenido la suerte, la confianza de la sociedad. Ellos, los triunfadores, dependen de nosotros, los ciudadanos que los hemos hecho triunfar y si esos ciudadanos están enfermos o descontentos, quizás dejen de confiar en ellos. Del mismo modo, que un médico, un ingeniero, un titulado tiene detrás a un montón de gente que con su esfuerzo en el trabajo y en sus cotizaciones ha permitido que se formase en Universidades y obtuviese becas. Pero, lo olvidamos ante nuestro triunfo individual.

Pasa lo mismo en cuanto al establecimiento de las pensiones y los baremos. En muchas ocasiones, hay quienes apuntan que no es lo mismo haber cotizado 15 años que 40. Olvidan también las circunstancias especiales que pueden rodear a muchas personas y familias. Olvidan que durante años la mujer no accedió al mercado laboral porque su papel era otro; menos mal que llegaron las pensiones no contributivas con los socialistas. Hoy hemos avanzado, pero todavía quedan otros factores que continúan influyendo en estas cotizaciones. Los mismos, casi, que cuando se habla de impuestos: puede influir las cuestiones familiares, la suerte, las influencias, la formación, el momento económico en el que te toca acceder al mercado laboral, cuestiones que pueden verse como menores (un mal profesor) pueden dar al traste con tus expectativas futuras y tus elecciones. Tampoco tienen en cuenta a aquellos que han cotizado y no han llegado al mínimo por un año, por ejemplo; o a aquellos que cotizaron y nunca llegaron a disfrutar de esa cotización porque se quedaron en el camino. Eso va a la bolsa de los demás. Olvidos y más olvidos dentro de nuestra esfera individual, siempre pensando de una forma divergente.

Porque lo público ha quedado desprestigiado. Quien se ha encargado de ello bien lo sabe y no sólo son de derechas. De hecho, hoy se establecen iniciativas ciudadanas sustituyendo a lo público para ayudar a las personas, por ejemplo, comedores sociales en los que colabora gente, cerrando el servicio social público. Esto deriva en una mentalidad en la que lo público es ineficaz y que somos nosotros, desde nuestra esfera individual, quienes debemos aportar. Si sólo nosotros, desde nuestra esfera individual somos los protagonistas, los ejemplares, de ahí a pensar que lo público no funciona va un pequeño camino; el mismo que para considerar que para qué vamos a aportar al erario público.

Deberíamos dar una vuelta a nuestras consideraciones. Bien es cierto que la corrupción ha hecho mella en este aspecto, pero eso no deslegitima el valor intrínseco de lo público, el bien social, el apoyo mutuo, sin protagonismo alguno. Ese es más meritorio que cualquier otro; ése que se hace callando, ése que no dice “yo colaboro”, sino que lo hace porque entiende que lo debe a esa sociedad que está ahí recibiendo y aportando a ti y a los demás.

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