Porque la solidaridad social no va de la mano de la
solidaridad individual. Un individuo puede ser solidario en su faceta
individual y cerrarse cuando se habla de solidaridad social.

Nos encontramos con esas desviaciones de la solidaridad
cuando escuchamos a personas preguntarse por qué tienen que aportar más quienes
más tienen si se lo han ganado con esfuerzo y, quizás, con riesgo a la hora de
invertir. Añaden que pocas veces acuden a la sanidad o educación pública,
pueden vivir sin ella. Evidentemente, su argumento es correcto; pero olvidan,
como es lógico, tener en cuenta otras variables existentes en una vida social.
Y es que el éxito de una empresa no sólo depende de uno mismo, sino de otros
muchos factores, entre los que se encuentran los otros, la suerte, las
influencias, la oportunidad, hasta, incluso, pongámonos un poco sarcásticos,
dar con el corrupto adecuado (esto es una licencia). Quienes triunfan no tienen
en cuenta que han dejado atrás a mucha gente que, quizás, hubiese hecho mejor
las cosas, pero que no han tenido la suerte, la confianza de la sociedad.
Ellos, los triunfadores, dependen de nosotros, los ciudadanos que los hemos
hecho triunfar y si esos ciudadanos están enfermos o descontentos, quizás dejen
de confiar en ellos. Del mismo modo, que un médico, un ingeniero, un titulado
tiene detrás a un montón de gente que con su esfuerzo en el trabajo y en sus
cotizaciones ha permitido que se formase en Universidades y obtuviese becas.
Pero, lo olvidamos ante nuestro triunfo individual.
Pasa lo mismo en cuanto al establecimiento de las pensiones
y los baremos. En muchas ocasiones, hay quienes apuntan que no es lo mismo
haber cotizado 15 años que 40. Olvidan también las circunstancias especiales
que pueden rodear a muchas personas y familias. Olvidan que durante años la
mujer no accedió al mercado laboral porque su papel era otro; menos mal que
llegaron las pensiones no contributivas con los socialistas. Hoy hemos
avanzado, pero todavía quedan otros factores que continúan influyendo en estas
cotizaciones. Los mismos, casi, que cuando se habla de impuestos: puede influir
las cuestiones familiares, la suerte, las influencias, la formación, el momento
económico en el que te toca acceder al mercado laboral, cuestiones que pueden
verse como menores (un mal profesor) pueden dar al traste con tus expectativas
futuras y tus elecciones. Tampoco tienen en cuenta a aquellos que han cotizado
y no han llegado al mínimo por un año, por ejemplo; o a aquellos que cotizaron
y nunca llegaron a disfrutar de esa cotización porque se quedaron en el camino.
Eso va a la bolsa de los demás. Olvidos y más olvidos dentro de nuestra esfera
individual, siempre pensando de una forma divergente.
Porque lo público ha quedado desprestigiado. Quien se ha
encargado de ello bien lo sabe y no sólo son de derechas. De hecho, hoy se
establecen iniciativas ciudadanas sustituyendo a lo público para ayudar a las
personas, por ejemplo, comedores sociales en los que colabora gente, cerrando
el servicio social público. Esto deriva en una mentalidad en la que lo público
es ineficaz y que somos nosotros, desde nuestra esfera individual, quienes
debemos aportar. Si sólo nosotros, desde nuestra esfera individual somos los
protagonistas, los ejemplares, de ahí a pensar que lo público no funciona va un
pequeño camino; el mismo que para considerar que para qué vamos a aportar al
erario público.
Deberíamos dar una vuelta a nuestras consideraciones. Bien
es cierto que la corrupción ha hecho mella en este aspecto, pero eso no
deslegitima el valor intrínseco de lo público, el bien social, el apoyo mutuo,
sin protagonismo alguno. Ese es más meritorio que cualquier otro; ése que se
hace callando, ése que no dice “yo colaboro”, sino que lo hace porque entiende
que lo debe a esa sociedad que está ahí recibiendo y aportando a ti y a los
demás.
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