Me equivoqué sí; me dí cuenta enseguida. Pero de vez en
cuando es bueno recordar los equívocos. Hace poco más de cuatro años se me
ocurrió, siendo concejal en un Ayuntamiento de una localidad Navarra, organizar unas Jornadas
medioambientales con debates, conferencias, exposiciones, visitas
guiadas…Conferencias con personas tan reconocidas como Miquel Porta, debates
sobre energía, con Antonio González, Director Técnico de Foro Nuclear o Joseph Puig, profesor de la Universidad de Barcelona; sobre agua, protección ambiental y
actividad primaria, la exposición Amigo Lobo en el marco de una Iglesia
románica. Cinco intensos días en lo que quería demostrar: primero, que se puede
llevar hasta los pueblos a personas de prestigio nacional e internacional;
segundo que cabía la posibilidad de fomentar un turismo intelectual y de
Congresos (cuestión que, curiosamente, incluía la Conferencia Política del
PSOE; tercero, que el Medio Ambiente es una oportunidad; cuarto, que podía ser
posible incentivar el interés, el debate de ideas en el mundo rural.
Pero francamente, me equivoqué.
Sí porque tenía la esperanza, la ilusión de que pudiera ser un banderazo de
salida, la posibilidad de ir haciendo un nuevo camino, una mentalidad más
abierta. Pero me equivoqué. Los ciudadanos quieren lo de siempre, no es posible
todavía; no es posible, quizás, pretender que abandonen la comodidad de lo
previsto por la incomodidad de la imprevisión. Esa que genera avanzar hacia un
camino no ensayado, no explorado con anterioridad.
Hoy, cualquier evento medioambiental debe adornarse de
fiesta, degustaciones, de tradición, de exaltación de lo propio, particular,
teñido de idiosincrasia local, de actividad cotidiana. Avanzar supone
introducir. Y me equivoqué. Para eso hace falta algo que todavía no he
descubierto. Esa mentalidad mediterránea, esos pueblos que se enriquecían con
sus puertas abiertas al mar. Un mar ahora sucio y, lamentablemente, repleto de
cadáveres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario