No soy una teórica política. No suelo enmarañarme en
discusiones sobre la deriva, el agotamiento o la transformación de la
socialdemocracia. Mi teoría, o más bien mi utopía, se basa en la observación
simple y llana del discurrir de la vida en sus múltiples facetas y con sus diversos
factores sociales que la condicionan, entre ellos la economía.
Entiendo que las discusiones teórico-políticas sean muy
interesantes. Pero a mí, como al resto de los mortales, nos preocupa lo que
vemos, lo que intuimos, lo que sentimos.
El PSOE ha llegado a un momento en el que se han dibujado
dos vertientes y en la que se discute y mucho, demasiado agitadamente, sobre lo que se debió o no hacer.
Si lo miramos desde la distancia, sin apasionamiento, podemos
concluir que ambas opciones pueden ser correctas, porque todo depende del
destino, el fin último al que se aspira. Y creo que una opción apunta a una
sociedad productiva, quizás porque entiende que no hay vuelta atrás; otra a una
economía sujeta a otras reglas, quizás nuevas. Todos queremos progresar, la
cuestión está en cómo lo vamos a llevar a cabo.
Como decía José Luis Sampedro, unos tienden hacia la
sociedad de mercado, donde todo es mercancía, otros hacia la economía de
mercado.
La cuestión, por tanto, no es estar a favor de un sector u
otro porque ambos, se supone, y no lo voy a discutir, quieren lo mismo: que los
ciudadanos progresen y mejoren. La cuestión está en el cómo lo quieren y a
costa de qué. Cada una representa un rumbo, una dirección, un fin de la
sociedad. Y desde mi punto de vista, la actuación de la gestora apunta hacia un
fin en el que prevalece la sociedad de mercado, en el que se continúa la misma
senda, hasta ahora marcada, sin grandes giros, sin grandes expectativas futuras,
manteniendo las estructuras y sin pensar en cambiarlas. Frente a ella están quienes
tienden y aspiran a una nueva visión, en la que prevalece la persona, en la que
se pretende avanzar en la solución de los problemas desde el origen, asumiendo
nuevos conceptos, ensayando y sobre todo manteniendo algo más sencillo y más
complicado de lograr: una economía de mercado que no someta todo a su
consideración.
Puede que me equivoque y lo entienda todo mal, porque sigo siendo utópica. Pero no debía ser la única. Vuelvo a nombrar a Sampedro cuando decía que
a lo mejor el error está en pensar que esto es el ocaso, cuando en realidad es
la aurora. Que hay que morir un poco para renacer hacia una nueva sociedad.