viernes, 23 de mayo de 2014

"MANERAS" DE HACER POLÍTICA

Se dice, y más en estos últimos tiempos, que los dos partidos mayoritarios son casi lo mismo, porque los ejes esenciales vienen marcados por la agenda económica. Sin embargo, esta reflexión peca al olvidar uno de los aspectos de la política: las maneras de hacer; no las formas, porque éstas parecen implicar un trasfondo oculto. Las “maneras” entiendo, suponen un aspecto particular, el cómo entienden determinadas personas que se deben hacer las cosas, los principios por los que se guían.

Las maneras de hacer política son muy diferentes en uno u otro partido, aunque de todo hay en esta viña, porque el hombre es un animal imperfecto, al que se le tienta fácilmente y cae fácilmente. Por eso es importante tener claro que nadie es mejor que nadie y que lo que hay que hacer es ponerse a prueba cada día.

Para eso están las "maneras" de hacer política, que implican varios principios y conceptos. por los que se guía el político, más allás de programas y reglas.

Una manera es seguir el principio de igualdad y equidad, que no es lo mismo, porque no todos somos iguales, lamentablemente, ni partimos de una misma situación: hay quienes tienen posibles y hay quienes no, hay quienes están enfermos y otros no, etc. Un tratamiento igualitario o mejor equitativo, según condición, es esencial. Pero en política, normalmente, se olvida y aparecen los acostumbrados “favores”, de raíz muy latina, pues los filósofos griegos ya hablaban de ellos. Favores que, incluso, pueden ir in crescendo cuanto más descendemos en el ámbito de la administración pública. Y claro, si uno no tiene claro el principio de igualdad, no tiene ningún escrúpulo en defender el interés de unos pocos. Por poner un ejemplo, el empleo público. Aquellos que no lo defienden es, en muchas ocasiones, por un interés: el interés de utilizar la arbitrariedad en la adjudicación de los puestos de trabajo, por ejemplo. Pero hay otros muchos favores que se hacen a cambio de regalitos; varios ejemplos hemos tenido en los últimos años. Y aquí encontramos uno de los instrumentos claves que se utiliza en política y que debiera ser eliminado y que, creo, que a la derecha le gusta un montón: la arbitrariedad. Un poquito mejor nos iría si consiguiéramos eliminarla, pero ¡Qué complicado parece ser, a veces.

Y podría ser tan simple como creer en el principio de legalidad. Hay quienes entienden que la legalidad se debe plegar a los intereses de los propios, es decir, que la Ley sólo se debe cumplir cuando beneficia a quien entiende el gobernante que debe beneficiar, olvidando el bien público, el bien de todo el conjunto y no de determinadas partes. El bien común es un concepto muy antiguo, pero que se nos ha olvidado a todos.

Pero lo curioso del principio de legalidad es el resultado.  La corrupción en el PSOE tiene siempre consecuencias, sean del tipo que sean, porque existe, entre gran parte de sus filas un sentimiento de igualdad. De hecho, los casos de corrupción se pagan en las urnas: en Navarra el PSN no ha vuelto a gobernar tras el caso Urralburu y eso que, a pesar de lo que hizo, fue un gran Presidente. Mientras la derecha, desde ya décadas, ni asume, ni sufre consecuencias ni legales, ni de ningún otro tipo, ni siquiera morales. No entienden de bien público. Para ellos, la Ley se debe utilizar arbitrariamente, (otra vez) según me convenga o no.

De ahí que los empleados públicos sean tan importantes para el control político (aunque en Navarra de poco les ha servido). El cumplimiento de la legalidad debería asegurar el principio de igualdad y eliminar la arbitrariedad con la que algunos tratan los asuntos tanto a nivel nacional, regional o municipal. En este último caso suele ser mucho más patente, porque la cercanía al ciudadano se establece como la justificación  que algunos políticos encuentran para manejar la política arbitrariamente. Esto es: según la cara que tenga o quién sea el ciudadano que se permite pedir favores, frente a aquellos que se quedan en casa sin pedirlos: el político sin maneras nunca piensa en estos últimos.

Una de las razones es que se ha olvidado el principio de la Justicia. Como es ciega, pues no ve quién la ejecuta y quién no. Y es que la Justicia ha acabado siendo un concepto un tanto indefinido y muy particular, pues cada cual tiene el suyo y lo utiliza como quiere. Entiende la Justicia como justicia propia. Olvidan que, en política, hay un concepto para guiar estos principios. Es el concepto de bien público, la búsqueda del bien común, la Justicia social. Concepto que ni políticos, ni ciudadanos tenemos asimilado, no lo hemos hecho nuestro. De ser así, nadie iría a la Administración más cercana a hablar con el político de turno para que tuviera a bien hacer un favorcito. Iríamos, en todo caso, a solicitar la revisión de las reglas de juego. Sean ordenanzas o leyes, esto es legislación. Nos implicaríamos en la vida social, no para resolver mi asuntillo, el “¿qué hay de lo mío?” sino para resolver el asunto de todos. Porque resolviendo el problema de todos, siempre habrá cierta resolución del nuestro. Y si no es así, es que lo que queríamos no era justo o pretendía conseguir mejorar y medrar a costa de los demás.

Como hemos dicho hay que seguir el principio de legalidad, pero eso no quiere decir que la Ley sea perfecta, hay que mejorarla, por parte de todos, con la ayuda de todos. Pero mientras, hay que cumplirla e interpretarla en base al sentido común y la ética del bien común.

Son cuestiones de principios, cuestiones de las que poco se habla en los debates, pero que son el origen de uno de nuestros grandes problemas: la corrupción a todos los niveles de la sociedad. Porque la corrupción no sólo es llevarse dinero a casa, sino también gestionar mal a sabiendas y pretender hacer favores, aunque no lo consigas. (Esto último me recuerda a algún caso reciente de Navarra, pero no caigo ¡Fíjate!).

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acertado comentario. Póngalo en práctica en la renovación de su partido. Postúlese. De criterios como esos está huérfano el psoe.