sábado, 10 de mayo de 2014

DESTRUIR EUROPA O ME APEO (Abstenerse de leer mentes literales)

Descubrió José Luis Sampedro que la vida construye destruyendo y destruye para construir; puso como ejemplo para ello la caída del Imperio romano que supuso la entrada de un nuevo sistema. No se equivoca Sampedro. La destrucción es algo que está en el mismo origen de la vida, en su devenir y en muchas de nuestras experiencias de las que renacemos, de algún modo. Por tanto es algo que podemos extrapolar, incluso, a la política actual, a la misma Europa. Una Europa que, quizás, hay que destruir para construirla mejor. Porque, quizás, se creó con unos cimientos puramente económicos. No en vano era su objetivo inicial, pero las cosas han cambiado. Esos cimientos hoy no son los adecuados para las personas. Como decía Aristóteles el comercio del dinero, es decir, el interés es dinero producido por el dinero mismo y de todas las adquisiciones es la más contraria a la naturaleza, no es algo que tenga en cuenta al hombre y sus necesidades. Y el hombre, las personas son el objetivo primordial de cualquier acción política. O, al menos, así debería ser. Porque si no tenemos en cuenta al hombre, a las personas a dónde nos lleva eso, nos lleva irremediablemente a un callejón sin salida,  a una destrucción. Si miramos más por el mantenimiento del dinero que por el mantenimiento del hombre estamos atacando uno de los pilares de la vida, la supervivencia.
Sin embargo, la destrucción puede ser controlada o descontrolada. Como un edificio puede derrumbarse con consecuencias funestas o no. Así debería ser la destrucción de Europa, destruirla sabiendo que su destrucción conllevará la creación de una Europa más justa. Ese debe ser el objetivo destructor.
La destrucción no tiene por qué ser traumática, ni negativa, si se tiene como objetivo la reconstrucción sobre cimientos que valoren las personas. Una Europa que habla en datos inapreciables para el conjunto de la población, como son la previsión de crecimiento, IPC y los diversos datos macroeconómicos, no es un ente social, ya que no tiene en cuenta a sus individuos. Volviendo a los griegos, los de hace miles de años, hay que tender hacia lo que definían como ciudad que es la sociedad civil constituida con todas las Leyes necesarias para su armonía frente a la nación que es la agregación sin relaciones determinadas.
Esa sociedad civil tiene que sentirse protagonista y no quienes interpretan esos datos para decirnos que todo va bien bien, sin que para la mayoría eso signifique, ni implique nada a años vista.
Pueden soñar, algunos, con esos datos positivos, pueden señalar que son muy reales, incluso. Yo estoy dispuesta a creerlo si quieren, pero no puedo, ni podrán obviar la realidad del conjunto, a la meta que nos lleva esas maravillas que dicen tener de datos: la de una Europa que se ciñe a lo económico, al comercio del dinero. Y el dinero nos hace desiguales, si no existen mecanismos que lo impidan. Por eso, pueden lo políticos soñar con salir de la crisis, pero será una falacia porque seguirán muriendo niños de hambre, habrá familias sin atención sanitaria, jóvenes truncados por no poder estudiar y volverá el dinero a querer más dinero para comerciar y a buscarlo en la presión sobre los ciudadanos, porque éstos ya no importan, importan las cifras de negocio y con eso todos felices. Felices los que importan es esta Europa.
Por eso muchos entienden que el PSOE no encuentra su lugar. Es lógico. Un partido que ha gobernado no puede promulgar la destrucción, aún cuando su política vaya dirigida a las personas, como demuestran sus siglas y su historia. Por su parte, la derecha lo tiene claro, tiene su proyecto, el comercio del dinero, el mantenimiento de lo mismo, sin tener en cuenta que, al final, ese mismo trayecto nos va a llevar irremediablemente a la destrucción incontrolada. La insostenibilidad del modelo productivo es algo patente, aunque no queramos verlo: el hambre es un hecho patente, la inmigración no son personas que nos vienen a atacar, vienen porque les estamos atacando nosotros. La infelicidad occidental cada vez está más arraigada, ya no se aspira a sueños, los sueños de los jóvenes vienen precedidos de una racionalización práctica y, fundamentalmente, monetaria ¿Podemos vivir así sin que nuestra conciencia nos diga nada? ¿A esto ha llegado el ser humano? Si no tenemos conciencia, ¿nos daremos cuenta, algún día, de que estamos destruyendo nuestra casa, nuestro mundo?
Esa Europa que me presentan los datos no me merece la pena. Vale la pena una Europa que nos diga: vamos a garantizar la sanidad, la educación y los servicios sociales básicos para todos. Y a partir de ahí intentar construir una economía que propicie, poco a poco, mayores niveles de bienestar, sin que estos supongan el sacrificio de muchos para el bien de unos pocos. A mi me gustaría esa Europa. La otra no la quiero, para la otra, por favor, paren el mundo que me apeo.

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