Descubrió José Luis Sampedro que
la vida construye destruyendo y destruye para construir; puso como ejemplo para
ello la caída del Imperio romano que supuso la entrada de un nuevo sistema. No
se equivoca Sampedro. La destrucción es algo que está en el mismo origen de la
vida, en su devenir y en muchas de nuestras experiencias de las que renacemos,
de algún modo. Por tanto es algo que podemos extrapolar, incluso, a la política
actual, a la misma
Europa. Una Europa que, quizás, hay que destruir para
construirla mejor. Porque, quizás, se creó con unos cimientos puramente
económicos. No en vano era su objetivo inicial, pero las cosas han cambiado.
Esos cimientos hoy no son los adecuados para las personas. Como decía
Aristóteles el comercio del dinero, es decir, el interés es dinero producido
por el dinero mismo y de todas las adquisiciones es la más contraria a la
naturaleza, no es algo que tenga en cuenta al hombre y sus necesidades. Y el
hombre, las personas son el objetivo primordial de cualquier acción política.
O, al menos, así debería ser. Porque si no tenemos en cuenta al hombre, a las
personas a dónde nos lleva eso, nos lleva irremediablemente a un callejón sin
salida, a una destrucción. Si miramos
más por el mantenimiento del dinero que por el mantenimiento del hombre estamos
atacando uno de los pilares de la vida, la supervivencia.
Sin embargo, la destrucción puede
ser controlada o descontrolada. Como un edificio puede derrumbarse con
consecuencias funestas o no. Así debería ser la destrucción de Europa,
destruirla sabiendo que su destrucción conllevará la creación de una Europa más
justa. Ese debe ser el objetivo destructor.
La destrucción no tiene por qué
ser traumática, ni negativa, si se tiene como objetivo la reconstrucción sobre
cimientos que valoren las personas. Una Europa que habla en datos inapreciables
para el conjunto de la población, como son la previsión de crecimiento, IPC y
los diversos datos macroeconómicos, no es un ente social, ya que no tiene en
cuenta a sus individuos. Volviendo a los griegos, los de hace miles de años,
hay que tender hacia lo que definían como ciudad que es la sociedad civil
constituida con todas las Leyes necesarias para su armonía frente a la nación
que es la agregación sin relaciones determinadas.
Esa sociedad civil tiene que
sentirse protagonista y no quienes interpretan esos datos para decirnos que
todo va bien bien, sin que para la mayoría eso signifique, ni implique nada a
años vista.
Pueden soñar, algunos, con esos
datos positivos, pueden señalar que son muy reales, incluso. Yo estoy dispuesta
a creerlo si quieren, pero no puedo, ni podrán obviar la realidad del conjunto,
a la meta que nos lleva esas maravillas que dicen tener de datos: la de una
Europa que se ciñe a lo económico, al comercio del dinero. Y el dinero nos hace
desiguales, si no existen mecanismos que lo impidan. Por eso, pueden lo
políticos soñar con salir de la crisis, pero será una falacia porque seguirán
muriendo niños de hambre, habrá familias sin atención sanitaria, jóvenes
truncados por no poder estudiar y volverá el dinero a querer más dinero para
comerciar y a buscarlo en la presión sobre los ciudadanos, porque éstos ya no
importan, importan las cifras de negocio y con eso todos felices. Felices los
que importan es esta Europa.
Por eso muchos entienden que el
PSOE no encuentra su lugar. Es lógico. Un partido que ha gobernado no puede
promulgar la destrucción, aún cuando su política vaya dirigida a las personas,
como demuestran sus siglas y su historia. Por su parte, la derecha lo tiene
claro, tiene su proyecto, el comercio del dinero, el mantenimiento de lo mismo,
sin tener en cuenta que, al final, ese mismo trayecto nos va a llevar
irremediablemente a la destrucción incontrolada. La insostenibilidad del modelo
productivo es algo patente, aunque no queramos verlo: el hambre es un hecho
patente, la inmigración no son personas que nos vienen a atacar, vienen porque
les estamos atacando nosotros. La infelicidad occidental cada vez está más
arraigada, ya no se aspira a sueños, los sueños de los jóvenes vienen
precedidos de una racionalización práctica y, fundamentalmente, monetaria ¿Podemos
vivir así sin que nuestra conciencia nos diga nada? ¿A esto ha llegado el ser
humano? Si no tenemos conciencia, ¿nos daremos cuenta, algún día, de que
estamos destruyendo nuestra casa, nuestro mundo?
Esa Europa que me presentan los
datos no me merece la pena.
Vale la pena una Europa que nos diga: vamos a garantizar la
sanidad, la educación y los servicios sociales básicos para todos. Y a partir
de ahí intentar construir una economía que propicie, poco a poco, mayores
niveles de bienestar, sin que estos supongan el sacrificio de muchos para el
bien de unos pocos. A mi me gustaría esa Europa. La otra no la quiero, para la
otra, por favor, paren el mundo que me apeo.
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