martes, 4 de junio de 2024

LA TRAMPA DE LA LEY DE DEPENDENCIA O CÓMO ENQUISTAR PROBLEMAS

Cuando se aprobó la Ley de dependencia en 2006 supuso una enorme balsa de salvación para muchos ciudadanos que se veían inmersos en una problemática con la cual no podían vivir. Afectaba, sobre todo, a aquellos que tenían familiares con demencias conflictivas. Sin embargo, era una tabla de salvación que, como la del Titanic, tenía trampa: unos quedaban abrigados por la Ley, los dependientes, mientras otros, se consumían en las aguas turbulentas y frías de la soledad, a la par que era imbuidos por la incoherencia de la burocracia. Ese “otro” es el tutor, cuidador, curatela o como lo quieran llamar ahora; el que, según muchos, se beneficia de esta Ley. Una gran falacia o una gran mentira. Esa tabla de salvación está preparada para quienes tienen la posición de la joven del Titanic; para quienes no tienen otros problemas subyacentes producidos por la enfermedad del dependiente que puede durar décadas y acabar afectando a los cuidadores. Si alguno busca nuevos retos y metas en su vida, la dependencia es una tempestad que le conduce al fondo. Tras casi 20 años de experiencia con dos dependientes y otro que llega creo que tengo una visión suficientemente amplia, mucho más que algunos políticos. He hablado con otros cuidadores que a los seis años están hartos de no poder vivir su propia vida. La Ley contempla un copago comprensible; la cuestión es cómo cada Comunidad gestiona ese copago. En Navarra se deja al cuidador/tutor en una tempestad burocrática. Una demencia que se inicia de forma temprana puede hacer que la persona viva durante mucho tiempo cuidada en las residencias, mientras el cuidador va perdiendo salud, energía, oportunidades y condiciona su vida a la atención de quienes son dependientes. El copago de la deuda se establece con la pensión y con el patrimonio del dependiente que suele ser la casa. Lo que no tienen en cuenta es que ese patrimonio puede tener otros herederos y que uno de ellos se haya convertido, por convivencia con del dependiente, en una persona vulnerable. El cuidador que sigue siendo capaz de abordar nuevas metas se zambulle en un grave problema administrativo y emocional. Mientras, la deuda crece y crece cada año. Al residente se le retira la casi la totalidad de su pensión; el resto, hasta el supuesto precio de la plaza pública, es deuda. No hay instrumentos que solventen la situación, sino la venta y posterior pago al Gobierno cuando el residente fallezca. De lo contrario, debe ir al juzgado, pedir autorización y toda una serie de trámites que pueden durar más de un año. El dinero debe ir enteramente a la deuda del usuario. Si hay otros herederos de menor cuantía tendrán que vérselas con Hacienda para explicar que no han ingresado nada, porque para Hacienda ellos son copropietarios. Si se vende la vivienda en vida del residente y hay otra persona, ésta queda desprotegida. Hay que tener en cuenta que una vivienda hay que mantenerla. Si la enfermedad lleva casi 20 años entre cuidados internos y externos, un cuidador que sabe que tiene que mantener la suya propia no puede hacerse cargo de una vivienda que nunca será suya. Entiende el copago, pero se pregunta por qué no se ejecuta antes. La respuesta es sencilla: porque la administración prefiere el dinero contante y no la resolución del problema; así se enquista. Pero hay otro dilema que va apareciendo con el tiempo: el cuidador, tras años desviviéndose, corriendo, perdiendo la salud y la vida, empieza a plantearse o “ellos o yo”. No encuentra respuesta; además
de lidiar con la recurrente frase “es lo que toca” como si fuese una lotería Lo curioso es que no funciona así en todas las Comunidades, en algunas, según he podido saber, funciona de otra manera. Nadie se interesa por crear instrumentos que solucionen problemas; eso ya lo hicieron en 2006. Lo de ver si se ha hecho debidamente y se adapta a la problemática cambiante no parece preocupar. No es exclusivo de la dependencia, ocurre con otras leyes, con otras materias; nos quedamos definiendo objetivos sin analizar si hay instrumentos válidos para todos. Y, al final, si el cuidador desaparece en las heladas aguas, hundido en el abismo, quién se encargará de ellos ¿Y de los hijos del cuidador?

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