domingo, 30 de junio de 2024

EL LENGUAJE COMO VEHÍCULO EMOCIONAL: QUERER O TENER

La fuerza de las palabras ha sido analizada por diversos investigadores de la comunicación; una fuerza como la que comenta Austin en su libro “Cómo hacer cosas con las palabras” o, más recientemente y desde otro ámbito, Mariano Sigman. Sí, se pueden hacer cosas con las palabras como manipular, sugestionar, emocionar, dirigir, estimular…Porque las palabras en sí mismas tienen su fuerza por el significado, pero también por lo que cada uno proyectamos en su significación en función de diversos factores. Poco se ha hablado de su poder cuando lo utilizas tú mismo para ti mismo. El poder de las palabras no es sólo bidireccional o multidireccional, sino también unidireccional. Porque conversamos con nosotros mismos, es decir, pensamos a través del lenguaje, de no ser así cómo identificaríamos tantos conceptos que no tienen un reflejo material. Hay palabras que tienen un gran poder sobre nosotros mismos. No me refiero a los grandes conceptos como libertad, igualdad, democracia. No. Casi sin darnos cuenta las pronunciamos a diario sin percibir el cambio emocional que puede suponer una u otra palabra elegida. No es el significado léxico o semántico el que prima en estas ocasiones, ni la significación resultante de los contextos, la cultura, el conocimiento, sino que nace de lo más íntimo y personal de cada individuo partiendo de la base de esos significados adyacentes procedentes de los factores antes mencionados.
Es esta última la que juega más profundamente en el ámbito de la significación personal, cuando nosotros con nosotros mismo utilizamos una palabra y no otra. Esa palabra suele resultar decisiva en el ámbito de las emociones y, por tanto, en la significación que le otorgamos en ese momento. Y esas palabras suelen ser verbos. Por ejemplo, hay dos verbos que tienen un poder que no solemos percibir instantáneamente pero que, sin embargo, pueden conllevar un efecto emocional y mental de carga para el individuo y que, en determinadas circunstancias, puede afectar a su estabilidad como tal. Me refiero a los verbos querer y tener. Pongámoslo en un contexto habitual, por ejemplo: querer trabajar y tener que trabajar. Estos verbos implican al exterior de nosotros mismos, porque no te tenemos control sobre ello. A pesar de ello, vemos la diferencia de fuerza que cada uno conlleva y cada cual interpreta. En el verbo “tener” la fuerza procede de la conjunción “que”, ya que enlaza con algo. No es lo mismo un verbo con conjunción que el verbo “tener” sin ella, por ejemplo: tener tiempo, tener espacio, tener dinero. Todas ellas son positivas, pero cuando aparece la conjunción la cuestión cambia y cambia la emoción resultante. No siempre es así porque existen ejemplos como “quiero ver esa película” y “tengo que ver esa película”, pero se puede apreciar que el uso del “tener” sobrelleva un plus de emoción. Dicho esto, vayamos a cuestiones más profundas del individuo. Si decimos: “quiero ver a mi madre” (en este caso está viva) o “tengo que ver a mi madre” nos lo estamos diciendo a nosotros mismos y no implica al exterior. Podemos hacerlo, no hay nada que lo impida, salvo algo que hace que utilicemos el verbo tener o querer en cada momento y eso denota algo subyacente al individuo. Cuando llegamos a decir esto, hemos traspasado una línea emocional que no se logra solventar sólo con el cambio del uso del verbo. No, porque estamos reconociendo algo que nos implica a nosotros mismos. ¿Cuándo llegamos a decir esto? Conozco una situación muy concreta en la que he oído hablar a personas así y es el relacionado con la dependencia mental de personas ingresadas en residencias. He de suponer que esto ocurre en cualquier situación que conlleva visitas medianamente programadas por la persona que visita. El uso del verbo “tener” en estos casos provoca un hartazgo, al propio tiempo que una sensación de culpabilidad por usarlo ¿Por qué no utilizo el verbo querer? Porque, en muchas ocasiones, lo que quieres ver ya no está, no es lo mismo y quieres ver lo que hubo y no lo encuentras. O nunca lo hubo. No soy psicóloga, sí he estudiado comunicación y se pueden hacer muchas cosas con las palabras, algunas pueden llegar a destruirnos a nosotros mismos. No sé si algún director, consejero, político sabía que puede conllevar un efecto mariposa o en cadena que altere la conducta de los sanos. Lo dudo, no juegan en esa liga. De cualquier modo, las palabras son inocentes, no hacen daño por sí mismas, son lo que rodea a las palabras lo que realmente hace daño. Pero su uso, cómo expresa alguien la relación consigo mismo puede dar la pista de un problema social que no percibimos. Como ocurre con lo términos que ofenden hoy en día; palabras que hay quien intenta que signifiquen lo que ellos consideran, cuando, realmente, es la relación que ellos mantienen con esas palabras la que les está haciendo daño.

martes, 4 de junio de 2024

LA TRAMPA DE LA LEY DE DEPENDENCIA O CÓMO ENQUISTAR PROBLEMAS

Cuando se aprobó la Ley de dependencia en 2006 supuso una enorme balsa de salvación para muchos ciudadanos que se veían inmersos en una problemática con la cual no podían vivir. Afectaba, sobre todo, a aquellos que tenían familiares con demencias conflictivas. Sin embargo, era una tabla de salvación que, como la del Titanic, tenía trampa: unos quedaban abrigados por la Ley, los dependientes, mientras otros, se consumían en las aguas turbulentas y frías de la soledad, a la par que era imbuidos por la incoherencia de la burocracia. Ese “otro” es el tutor, cuidador, curatela o como lo quieran llamar ahora; el que, según muchos, se beneficia de esta Ley. Una gran falacia o una gran mentira. Esa tabla de salvación está preparada para quienes tienen la posición de la joven del Titanic; para quienes no tienen otros problemas subyacentes producidos por la enfermedad del dependiente que puede durar décadas y acabar afectando a los cuidadores. Si alguno busca nuevos retos y metas en su vida, la dependencia es una tempestad que le conduce al fondo. Tras casi 20 años de experiencia con dos dependientes y otro que llega creo que tengo una visión suficientemente amplia, mucho más que algunos políticos. He hablado con otros cuidadores que a los seis años están hartos de no poder vivir su propia vida. La Ley contempla un copago comprensible; la cuestión es cómo cada Comunidad gestiona ese copago. En Navarra se deja al cuidador/tutor en una tempestad burocrática. Una demencia que se inicia de forma temprana puede hacer que la persona viva durante mucho tiempo cuidada en las residencias, mientras el cuidador va perdiendo salud, energía, oportunidades y condiciona su vida a la atención de quienes son dependientes. El copago de la deuda se establece con la pensión y con el patrimonio del dependiente que suele ser la casa. Lo que no tienen en cuenta es que ese patrimonio puede tener otros herederos y que uno de ellos se haya convertido, por convivencia con del dependiente, en una persona vulnerable. El cuidador que sigue siendo capaz de abordar nuevas metas se zambulle en un grave problema administrativo y emocional. Mientras, la deuda crece y crece cada año. Al residente se le retira la casi la totalidad de su pensión; el resto, hasta el supuesto precio de la plaza pública, es deuda. No hay instrumentos que solventen la situación, sino la venta y posterior pago al Gobierno cuando el residente fallezca. De lo contrario, debe ir al juzgado, pedir autorización y toda una serie de trámites que pueden durar más de un año. El dinero debe ir enteramente a la deuda del usuario. Si hay otros herederos de menor cuantía tendrán que vérselas con Hacienda para explicar que no han ingresado nada, porque para Hacienda ellos son copropietarios. Si se vende la vivienda en vida del residente y hay otra persona, ésta queda desprotegida. Hay que tener en cuenta que una vivienda hay que mantenerla. Si la enfermedad lleva casi 20 años entre cuidados internos y externos, un cuidador que sabe que tiene que mantener la suya propia no puede hacerse cargo de una vivienda que nunca será suya. Entiende el copago, pero se pregunta por qué no se ejecuta antes. La respuesta es sencilla: porque la administración prefiere el dinero contante y no la resolución del problema; así se enquista. Pero hay otro dilema que va apareciendo con el tiempo: el cuidador, tras años desviviéndose, corriendo, perdiendo la salud y la vida, empieza a plantearse o “ellos o yo”. No encuentra respuesta; además
de lidiar con la recurrente frase “es lo que toca” como si fuese una lotería Lo curioso es que no funciona así en todas las Comunidades, en algunas, según he podido saber, funciona de otra manera. Nadie se interesa por crear instrumentos que solucionen problemas; eso ya lo hicieron en 2006. Lo de ver si se ha hecho debidamente y se adapta a la problemática cambiante no parece preocupar. No es exclusivo de la dependencia, ocurre con otras leyes, con otras materias; nos quedamos definiendo objetivos sin analizar si hay instrumentos válidos para todos. Y, al final, si el cuidador desaparece en las heladas aguas, hundido en el abismo, quién se encargará de ellos ¿Y de los hijos del cuidador?