lunes, 3 de agosto de 2020

LAS SEÑORITAS DE LA IGUALDAD

Brillan en el cosmos mediático y dictaminan quién es una mujer luchadora y quién es sumisa. Señalan los comportamientos inadecuados y ensalzan los que deben ser seguidos. Pero su objetivo primordial es romper los techos de cristal, aunque adornan sus reivindicaciones con ciertas denuncias sobre temas laborales que afectan a los trabajadores de cualquier sexo; ahora bien, creo que no tienen mucha idea de lo que hablan.

Me permito señalarlas porque mientras ellas hablan sobre cotas de poder de las mujeres o sobre unos derechos laborales que deberíamos tener las mujeres, hay otras mujeres que pelean en el barro, codo con codo con sus compañeros hombres por la igualdad, por un trabajo digno, por una verdadera mejora de las condiciones laborales de todo el colectivo.

Pero eso requiere no sólo sumergirse en el entramado jurídico y laboral existente, ir de Ley en Ley, de convenio en convenio, cotejar cómo se articulan o cómo se soslaya la Ley; implicaría cercanía con los inspectores de trabajo y, sobre todo, hablar con los trabajadores de muchos sectores.

Sin embrago, es más sencillo y menos trabajoso ceñirse a datos, contar cuántas mujeres trabajan aquí, cuántos hombres, con qué sueldos, tirar de estadísticas e interpretarlas según su perspectiva, sin tener en cuenta la realidad histórica y biológica vivida y existente. Porque lo que verdaderamente les interesa es cota de poder o un buen empujón, que parece muy de moda. Les interesa lo suyo; pues a mi también lo mío.

Porque a esas mujeres, adalides de la igualdad, que ocupan cargos públicos, poco les interesa las mujeres que trabajan, por ejemplo, en la Administración y que con sus compañeros observan la desigualdad entre trabajadores públicos del Estado y de las Comunidades; o entre funcionarios y personal laboral, regidos por convenio, como si fuese una empresa, a pesar de oposiciones y concursos; tampoco ven que ese personal ha sido declarado esencial frente a funcionarios que no lo fueron y se marcharon a sus casas en el confinamiento. No les interesa ese mundo porque cobramos igual y las desigualdades afectan a todo el colectivo. No les interesa profundizar en los muros de la jerarquía administrativa, de la burocracia cerrada, de organismos arcaicos que todavía mantienen el ordeno y mando. No les interesa porque les beneficia y pueden aprovecharse de él para ascender. Les interesa lo suyo y hacernos creer a las demás mujeres que es lo nuestro.

Para que sea lo mío tendrían descender al barro, bajar a trabajar como un hombre, como lo he hecho yo, día a día, no para la foto. Vayan y luego nos cuentan lo de la igualdad. Porque yo, señoritas, sí lo puedo contar, con lesión incluida de por vida. Por eso me creo en el derecho de poder hablar de la lucha por la igualdad y los derechos de todos los trabajadores ¿O acaso van a dejar a algunos fuera de esa lucha?

Así que cuando bajen al barro, cojan pico y pala, como he hecho yo, sin ser mi labor, me lo cuentan. A lo mejor ahí empezamos a hablar el mismo idioma.


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