Reconozco que no tengo ni idea de la materia, los algoritmos
se me atragantaron nada más conocerlos y mi capacidad me llevó por el camino de
la ley del mínimo esfuerzo: las letras.
De ahí que los avances tecnológicos me conduzcan a un dilema
más bien filosófico que, por otra parte, no he encontrado la forma de resolver.
En ese mismo dilema la sociedad productiva en la que vivimos tiene mucho que
ver. Este tipo de sociedad conlleva que los avances o el progreso no tengan un
fin, un destino, salvo el de la acumulación masiva de recursos; cuando lo que
debiera promover, a lo que debiera tender es a la consecución de algo que se
llama felicidad. Un concepto olvidado como motor social.
Los avances tecnológicos liberan al individuo de múltiples
tareas rutinarias y en nada satisfactorias desde el punto de vista de la
creatividad. A su vez, pueden conducir a la liberación de trabajos peligrosos o
desmotivadores. O lo que es lo mismo la consabida sustitución de mano de obra
por robots. No es la primera vez que esto ocurre, pero hoy se puede llegar a
cotas más altas.
Lo que me lleva a pensar que la sociedad productiva, la que
no tiene otro objetivo que mantenerse como tal, no está capacitada para asumir
que el hombre trabaje menos, que dedique más tiempo a otras facetas sean
creativas o de ocio. Parece ser que sólo el trabajo duro y alienante produce
economía real. Y para mí lo que logra, simplemente, es reproducir un modelo de sociedad, la productiva, no la humanista.
Es decir, los avances tecnológicos que nos pueden ayudar a
ser un poco más felices o, al menos a disfrutar de este tiempo que se nos ha
regalado en la tierra, se desarrollan a una velocidad mayor que la mentalidad,
la propia economía o la propia sociedad.
Quizás peco de ingenua o, más bien, de utópica; no lo dudo. Pero
yo siempre he pensado en un futuro en el que la sociedad no fuera un mero
mecanismo de producción de cosas, muchas innecesarias, sino de producción de
tiempo, disfrute, cuidados y desarrollo humano. A veces pienso que nos hemos
creído aquella sentencia divina que nos condenó a ganarnos el pan con el sudor
de nuestra frente. Sin embargo, tenemos una mente maravillosa para trabajarla,
para crear elementos que ayuden a la felicidad; no en vano también de dichas
sentencias se deduce que, hechos a semejanza, podemos crear y podemos, quizás,
crear algo armónico.
Al final me encuentro con el dilema economicista: ¿habrá
trabajo para todos con mayores avances? ¿Tendremos que plantearnos un nuevo
tipo de sociedad? ¿Cómo gestionamos esa nueva sociedad? O directamente vamos a
renunciar a la felicidad o a la satisfacción.
Quizás es que ya la hayamos reducido al simple hecho de poseer.
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