Yo me declaro agnóstica
unamuniana. Hay quien dice que eso es no declararse nada, ser un cobarde.
Bueno, pues vale. Me declaro cobarde agnóstica, pero agnóstica a fin de
cuentas. Cuando leí “El sentimiento trágico de la vida” allá por la
adolescencia, me quedé marcada porque reconocí en sus palabras todos aquellos
sentimientos que uno tiene entorno a la vida y esa lucha sin cuartel entre la
razón y el corazón. El debate continuo de la vida. En esa misma lucha de esos
dos conceptos que el hombre posee es donde radica el agnosticismo. Si eso es
cobardía, admitir a ambos, admitir el debate, la contradicción, el pensamiento
contrario, pues aquí está una cobarde. Porque la razón no puede eludir el
evolucionismo y la muerte física, y el corazón es imposible que obvie su propio
ser, el sentimiento de algo mayor: la vida. Una vida que es, no nos engañemos,
algo tan casual, tan armonioso, tan extraño que solamente podemos pensar que no
estamos solos, pero podemos estarlo.
Supongo que alguien dirá: ¿y a
qué viene todo esto? Pues a que mi hijo comulgó por la Iglesia, que no puede
haber otra forma, aunque sí otras formas. Me resulta curioso que Jesús siempre
fuese humilde ante los demás y nosotros hagamos todo un montaje ante una
cuestión tan sencilla como asumir sus enseñanzas, los valores que Jesús
defendía y que pocos pueden menospreciarlos, puesto que son esenciales a la
naturaleza humana. Montaje que, en realidad, achacamos a la Iglesia, pero que
promovemos nosotros, aunque con el beneplácito de la misma.
Bien es cierto que la Iglesia tiene algunas cosas como ese
apego al “siempre ha sido así”, a la tradición que no soporto, porque de esa
forma todavía seguiríamos quemando libros, por no decir carne humana en la
plaza pública con el aplauso de todos. Por eso quien dice si entras, entras con
todo lo que conlleva, como dice la Iglesia, les diría que menos mal que ha
habido gente que no ha pensado como ellos, que si no pobres de los que leen que
aún seguirían ardiendo en la plaza pública.
Y a los que se preguntan la razón de que una agnóstica comulgue a su
hijo: porque pienso que es mejor vivir en la esperanza y porque considero que
los valores de Jesús, de él, no de sus seguidores, son universales.