La corrupción en el ámbito
político es uno de los actos más reprobables, fundamentalmente porque estamos
hablando del dinero del ciudadano. Un ciudadano que deposita en unas personas
su confianza para que gestione adecuadamente ese dinero. Pero en el ámbito de
la corrupción no sólo está el político, sino también quien le corrompe. Y es
ahí donde se complica la cuestión.
Hoy que se cuestiona tanto a los
políticos, en muchas ocasiones con razón, pero en otras muchas sin ella, hay
que tener en cuenta todos los aspectos, porque estamos hablando de algo tan
importante como la democracia que se sustenta en la representatividad. Por ello
debemos contar con que estos actos también son el resultado de una sociedad
corrupta en sí misma, individualista que mira sólo por su bien, sin entender,
esa misma sociedad, lo que es el bien común.
Una sociedad que no ha valorado, ni valora a sus
políticos, que no entiende del trabajo que realiza porque presupone 1º un
negocio personal, 2º una ambición y 3º todo lo que cualquiera pueda suponer.
Mientras, por su parte, el político lo que escucha, en muchas ocasiones, no
siempre, son peticiones individualistas de “arrégleme usted mi vida, la mía,
que la del vecino me importa un comino”.
Y en ese ambiente se mueven
políticos de poca monta, como los concejales de pequeñas localidades.
Intentando mejorar la vida común, sin poder conseguirlo porque siempre habrá
alguien al que le vaya mal y será culpa suya y de lo mucho que se lleva a casa,
¡y como eso va con el sueldo!
Cierto que hay políticos
corruptos y la Justicia tiene que actuar sobre ellos. Pero no vienen de otro
planeta, ni existe una clase política, que políticos, podemos ser todos, sólo
falta comprometerse. Son de aquí y alguien los corrompe, que no se nos olvide.
Ahora bien, qué fue antes el huevo o la gallina. Quién se
corrompió antes: la sociedad o el político. Lo importante tampoco es eso. Sino
empezar a reconocer lo errores, tanto los políticos, todos, porque los
corruptos nunca los reconocen, para eso está la Justicia, como la propia
sociedad. No buscar culpables fuera, sino dentro de cada cual, que todos
tenemos algo que decir en este entierro y en el compromiso que cada cual tiene
con su sociedad, con esa sociedad que cada uno quiere.
Porque de no empezar a
reflexionar, el entierro de la democracia está servido. ¿Quién va a querer
gestionar la vida pública si ya nace con un San Benito de corrupto a sus
espaldas? Quizá a quien le guste figurar y nada más. Pero aquella persona
trabajadora, capaz, que tiene su profesión y su vida, quizás empiece a pensarse
que no vale la pena perder en ese camino quizás confianzas, quizás amigos,
quizás familia. Hay quienes insisten en que hay que repensar el modelo, buscar
formas de participación. Así es, así nació la democracia, así se establece la
participación de los ciudadanos, mediante elecciones. Podemos establecer nuevas
formas de participación como dicen algunos, foros, pero siempre tendrán unos
cauces y unas personas que, al final, sean las que lleven a cabo la ejecución
de esa participación. Esto es, personas que representen a esos foros para la
ejecución. ¿Les suena algo a democracia?
Insisto, el problema radica en
nosotros, en que son muchas las personas que no conocen la política por dentro,
cuando debieran interesarse siempre porque es la base de la participación.
Quizás los políticos no han sabido transmitir la información. Quizás hemos sido
todos un poco hipócritas pensando aquello de que “tú te has metido ahí”. Sí,
habría que decir. Si gracias a un proceso de transición que nos permitió que
todos pudiéramos implicarnos en el gobierno y no sólo unos pocos. Hay quienes
lo hacen ejerciendo un cargo público y, por ello, debemos pensar que deben ser
indemnizados en su justa medida. No sobresueldos, ni cosas por el estilo, sino
valorar como se valora el esfuerzo y el trabajo. Como a cualquier persona que
se precie en su trabajo cotidiano. Con un aspecto más que asume el político, la
responsabilidad de gestionar dinero público. Y, créanme, a veces, eso requiere
de un gran esfuerzo de decisión. Porque, evidentemente, puedes equivocarte,
pero te duele más equivocarte con el dinero de los demás. Aunque haya quienes
no se lo crean. Esa es la lástima, cuando muchas veces es cierto y ahí es cuando
la sociedad falla, porque a quien le preocupa lo común y ve que se le acusa, se
larga. Y eso, no es bueno para la democracia. Por tanto, no es bueno para
nadie.