Evidentemente, podemos pensar en la responsabilidad, en lo
que significa con respecto a alguien, sea una persona o sea un conjunto. Pero
la responsabilidad tiene varias caras: una es el quién y otra el qué y cuándo
se puede apelar. Pero ahí no solemos entrar, eso se nos olvida;
fundamentalmente, porque o no nos interesa o porque se nos olvida; y es que
hemos sacralizado en demasía el concepto de responsabilidad. Como otros muchos
conceptos en los que no nos paramos a pensar en lo que conllevan.
Así que, parémonos un momento a pensar sobre esa
responsabilidad. Si yo, como político, soy responsable ante los ciudadanos de
mis decisiones, cuál debe ser mi actuación. En principio, debe ser coherente
con lo que se esperaba o se dijo. Y ahí está la cuestión. Porque quien apela a
la responsabilidad en el otro, a veces, si no hay un hecho claro de
incongruencia, está interpretando y está dejando entrever que es él quien tiene
la verdad, el que tiene la sabiduría, la ética y todo lo que le venga en gana
tener. Es decir, que él interpreta, desde su punto de vista, que el otro no es
responsable, y que no tiene ni idea, que es más malo que el diablo; en suma que
ha decidido que no es responsable bajo criterios propios. Porque, normalmente,
el argumento se queda ahí: “no tiene responsabilidad de Estado”, “no tiene
responsabilidad sobre sus hijos”. Pero no profundizamos en los argumentos.
Estos suelen quedarse en una enumeración de situaciones que la persona que
juzga estima que no son adecuados, de nuevo, desde su punto de vista. Un punto
de vista que puede estar cargado de ideología o de moralidad.
Y es que estamos muy habituados a hablar de conceptos sin
percatarnos de la carga de juicio que algunos de ellos conllevan.
La responsabilidad es algo que tenemos que tener con
nosotros mismos y con los demás. Pero puede cambiar según situaciones y
percepciones, no es algo concreto; está asociada a una actuación. Por eso
considero que no se puede echar en cara a los demás, de forma general, sin
definiciones, porque eso implica un juicio de valor interesado. Al final, cada
uno puede achacar su falta a otro desde posturas distintas. Así queda el
concepto vacío de contenido. La responsabilidad viene a posteriori del acto y
de sus consecuencias.
Así que no suelo soportar que me hablen de responsabilidad.
Hablemos de actuaciones, de valentías, de hechos, hablemos claro a la gente,
pero sin juicios de valor. Porque los cambios, como siempre he dicho, no se
logran por desearlos, se logran actuando y ese camino es muy largo.
Responsabilidad no es dejar al otro sin capacidad de opinar,
de tener una visión distinta de cómo abordar los problemas.
Por eso no puede alguien acusar al PSN de Tudela de irresponsable
por no apoyar ciertas actitudes que a mí me parecen pueriles en el equipo de
Gobierno del Ayuntamiento de Tudela. Pueril en el sentido de dar la sensación
de que sí, pero no en el tema del culebrete, de que si pero no, en el tema de
la capitalidad, de que sí, pero no en la educación. Entiendo el apoyo de la
representante de Geroa Bai, Anika Luján, al Ayuntamiento de Tudela. Pero el PSN
de Tudela también puede apelar a esa
misma responsabilidad señalando que apoyó ese acuerdo de Gobierno con Izquierda
Ezquerra, pero que eso no suponía un cheque en blanco. Eso sería también
irresponsable, para con los ciudadanos y para con sus ideas. Yo prefiero que cada cual
asuma sus responsabilidades y que éstas no se vayan lanzando a los demás.
Por eso, no creo necesario apelar a la responsabilidad. La
verdad no es algo presente e inamovible; la verdad se va conociendo a medida
que actuamos y cuando se nos presenta cruda y despojada es cuando debemos ser
responsables de lo que hayamos decidido hacer. Lo demás son conjeturas.