viernes, 20 de enero de 2017

SOBRE RESPONDABILIDADES

Responsabilidad es una de esas palabras que, hablando en plata, me revientan porque se utiliza como palabra fetiche. Habitualmente, esconde un juicio de valor por parte de quien las pronuncia. De hecho, durante estos últimos meses hemos presenciado cómo muchos políticos apelan a esa responsabilidad sin definir nada al respecto.

Evidentemente, podemos pensar en la responsabilidad, en lo que significa con respecto a alguien, sea una persona o sea un conjunto. Pero la responsabilidad tiene varias caras: una es el quién y otra el qué y cuándo se puede apelar. Pero ahí no solemos entrar, eso se nos olvida; fundamentalmente, porque o no nos interesa o porque se nos olvida; y es que hemos sacralizado en demasía el concepto de responsabilidad. Como otros muchos conceptos en los que no nos paramos a pensar en lo que conllevan.

Así que, parémonos un momento a pensar sobre esa responsabilidad. Si yo, como político, soy responsable ante los ciudadanos de mis decisiones, cuál debe ser mi actuación. En principio, debe ser coherente con lo que se esperaba o se dijo. Y ahí está la cuestión. Porque quien apela a la responsabilidad en el otro, a veces, si no hay un hecho claro de incongruencia, está interpretando y está dejando entrever que es él quien tiene la verdad, el que tiene la sabiduría, la ética y todo lo que le venga en gana tener. Es decir, que él interpreta, desde su punto de vista, que el otro no es responsable, y que no tiene ni idea, que es más malo que el diablo; en suma que ha decidido que no es responsable bajo criterios propios. Porque, normalmente, el argumento se queda ahí: “no tiene responsabilidad de Estado”, “no tiene responsabilidad sobre sus hijos”. Pero no profundizamos en los argumentos. Estos suelen quedarse en una enumeración de situaciones que la persona que juzga estima que no son adecuados, de nuevo, desde su punto de vista. Un punto de vista que puede estar cargado de ideología o de moralidad.

Y es que estamos muy habituados a hablar de conceptos sin percatarnos de la carga de juicio que algunos de ellos conllevan.

La responsabilidad es algo que tenemos que tener con nosotros mismos y con los demás. Pero puede cambiar según situaciones y percepciones, no es algo concreto; está asociada a una actuación. Por eso considero que no se puede echar en cara a los demás, de forma general, sin definiciones, porque eso implica un juicio de valor interesado. Al final, cada uno puede achacar su falta a otro desde posturas distintas. Así queda el concepto vacío de contenido. La responsabilidad viene a posteriori del acto y de sus consecuencias.

Así que no suelo soportar que me hablen de responsabilidad. Hablemos de actuaciones, de valentías, de hechos, hablemos claro a la gente, pero sin juicios de valor. Porque los cambios, como siempre he dicho, no se logran por desearlos, se logran actuando y ese camino es muy largo.

Responsabilidad no es dejar al otro sin capacidad de opinar, de tener una visión distinta de cómo abordar los problemas.

Por eso no puede alguien acusar al PSN de Tudela de irresponsable por no apoyar ciertas actitudes que a mí me parecen pueriles en el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Tudela. Pueril en el sentido de dar la sensación de que sí, pero no en el tema del culebrete, de que si pero no, en el tema de la capitalidad, de que sí, pero no en la educación. Entiendo el apoyo de la representante de Geroa Bai, Anika Luján, al Ayuntamiento de Tudela. Pero el PSN de Tudela también puede apelar  a esa misma responsabilidad señalando que apoyó ese acuerdo de Gobierno con Izquierda Ezquerra, pero que eso no suponía un cheque en blanco. Eso sería también irresponsable, para con los ciudadanos y  para con sus ideas. Yo prefiero que cada cual asuma sus responsabilidades y que éstas no se vayan lanzando a los demás.

Por eso, no creo necesario apelar a la responsabilidad. La verdad no es algo presente e inamovible; la verdad se va conociendo a medida que actuamos y cuando se nos presenta cruda y despojada es cuando debemos ser responsables de lo que hayamos decidido hacer. Lo demás son conjeturas.

martes, 3 de enero de 2017

EL HUMANISMO DE LA ROBÓTICA

Aunque pueda parecer contradictorio existe un gran humanismo en el desarrollo de la robótica.  Estamos asistiendo constantemente a avances impresionantes en este campo que influyen en diferentes ámbitos: medicina, dependencia, hogar, producción.. Llegan hasta esferas puramente humanas como la comunicación.

Reconozco que no tengo ni idea de la materia, los algoritmos se me atragantaron nada más conocerlos y mi capacidad me llevó por el camino de la ley del mínimo esfuerzo: las letras.

De ahí que los avances tecnológicos me conduzcan a un dilema más bien filosófico que, por otra parte, no he encontrado la forma de resolver. En ese mismo dilema la sociedad productiva en la que vivimos tiene mucho que ver. Este tipo de sociedad conlleva que los avances o el progreso no tengan un fin, un destino, salvo el de la acumulación masiva de recursos; cuando lo que debiera promover, a lo que debiera tender es a la consecución de algo que se llama felicidad. Un concepto olvidado como motor social.

Los avances tecnológicos liberan al individuo de múltiples tareas rutinarias y en nada satisfactorias desde el punto de vista de la creatividad. A su vez, pueden conducir a la liberación de trabajos peligrosos o desmotivadores. O lo que es lo mismo la consabida sustitución de mano de obra por robots. No es la primera vez que esto ocurre, pero hoy se puede llegar a cotas más altas.

Lo que me lleva a pensar que la sociedad productiva, la que no tiene otro objetivo que mantenerse como tal, no está capacitada para asumir que el hombre trabaje menos, que dedique más tiempo a otras facetas sean creativas o de ocio. Parece ser que sólo el trabajo duro y alienante produce economía real. Y para mí lo que logra, simplemente, es reproducir un modelo de sociedad, la productiva, no la humanista.

Es decir, los avances tecnológicos que nos pueden ayudar a ser un poco más felices o, al menos a disfrutar de este tiempo que se nos ha regalado en la tierra, se desarrollan a una velocidad mayor que la mentalidad, la propia economía o la propia sociedad.

Quizás peco de ingenua o, más bien, de utópica; no lo dudo. Pero yo siempre he pensado en un futuro en el que la sociedad no fuera un mero mecanismo de producción de cosas, muchas innecesarias, sino de producción de tiempo, disfrute, cuidados y desarrollo humano. A veces pienso que nos hemos creído aquella sentencia divina que nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Sin embargo, tenemos una mente maravillosa para trabajarla, para crear elementos que ayuden a la felicidad; no en vano también de dichas sentencias se deduce que, hechos a semejanza, podemos crear y podemos, quizás, crear algo armónico.

Al final me encuentro con el dilema economicista: ¿habrá trabajo para todos con mayores avances? ¿Tendremos que plantearnos un nuevo tipo de sociedad? ¿Cómo gestionamos esa nueva sociedad? O directamente vamos a renunciar a la felicidad o a la  satisfacción. Quizás es que ya la hayamos reducido al simple hecho de poseer.