lunes, 21 de diciembre de 2015

Un análisis electoral nada sesudo

Quizás porque me esperaba un mayor batacazo, no me siento insatisfecha con el resultado del Partido Socialista. No me gusta, pero es lo que hay. No voy a rasgarme las vestiduras.

Era de esperar que, ante los problemas que estamos sufriendo, surgiese un salvador al estilo de los predicadores, repitiendo un sonsonete que repiten  todos los representantes del Partido Podemos en todas las Comunidades. Nadie se sale del guión. Además han logrado llevarse el voto nacionalista, pues era lo que esperaban: un partido estatal que les diera lo que quisieran.

Y es normal que la gente quiera agarrarse a algo, a una posibilidad, por mínima que sea. La entiendo, aunque yo desconfío porque en sus palabras se vislumbra, se intuye la huella de la manipulación sociológica y psicológica.

Pero no me voy a entretener con algo evidente, sino con el Partido Socialista, donde se repite el mismo modelo en muchos lugares sea la federación Madrileña, la Navarra o la Agrupación de Tudela: dos o más bandos enfrentados por el poder y una inmensa, ingente cantidad de personas con sueños, con ilusión, con ideas, con valentía que observa pasmados cómo unos pocos, muy pocos, quieren dejarse ver, mostrar, como dirían en Francia, su savoir faire, su retórica, sus estrategias, alimentar su ego personal mediante sesudos análisis, pero sin una pizca de ilusión.

Y creo, sencillamente, que es así, porque si esos sesudos analistas estuvieran hablando de ideas, de proyectos, de ilusión no se enzarzarían en batallas descalificadoras, las primarias serían reales y no una refriega de cuchillos, y  no habría alegría irónica con la pérdida de votos,  sino que colaborarían en le debate, en la discusión positiva, en levantar la cabeza y mirar al frente para seguir luchado por lo que creen y, sobre todo, por escuchar a esos verdaderos socialistas.

Porque los verdaderos socialistas no son esas cabezas pensantes, son la gente que hay detrás. Aquéllos que han ido el día de las elecciones con su voto en la mano, orgullosos de ser lo que son; son aquellos que han estado currándose las mesas, esperando la pequeña alegría de un voto más. Esos que han vivido las mejoras que, en el pasado, les ha proporcionado su partido. Son ellos los que sienten. Ellos son el verdadero partido socialista. Y si la gente viese esa imagen, la verdadera, y no las cabezas pensantes luchando cada día por su pequeño trocito de protagonismo, quizás y sólo quizás, otro gallo nos cantaría.

Pero no, lo que ven es que cada vez que hay pérdida de votos, los gallos secundarios se lanzan como hienas a la carnaza. Y los socialistas de verdad, que lo que desean es ver un aliento, un seguiremos luchando, un agradecimiento, asisten pasmados al espectáculo del reparto de migajas y las risas complacidas.

Por eso a mi no me verán con los sesudos. Me verán disfrutando, pasándolo bien con esos socialistas de verdad, que se ilusionan con un pequeños voto más y un adelante compañeros. Porque a mi me gusta seguir soñando con una sociedad más humana.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El secuestro de las emociones

El secuestro de las emociones es lo que ha tenido sometidas a las mujeres durante siglos. La mujer ha visto cómo sus emociones han sido rechazadas y secuestradas al arbitrio del otro. Lo que sentían, lo que deseaban, lo que les hacía feliz, la manzana que querían comer, todo ello estaba envenenado. Por eso han sido juzgadas, valoradas y secuestradas hasta que la mujer no ha sabido quién era, qué quería, qué deseaba o qué sentía. 
 
Asumió las emociones que no eran de ella como propias. Y es desde hace muy pocos años cuando comienza a descubrirse, a reclamar sus emociones, a reclamar su cuerpo y su mente. Las mujeres estamos intentando recobrar  nuestras emociones; quizás andemos, a veces, algo perdidas. Los hombres acusan a las mujeres de excederse buscando no la igualdad, sino la prioridad. Sin embargo, lo que ocurre es que a ellos también les arrebataron ciertas emociones, no tantas, no es comparable; pero muchos todavía no se han dado cuenta que tienen que recuperarlas. Les robaron el llanto para que fuesen hombres, por ejemplo. El problema de la mujer es el problema del hombre porque no se ha dado cuenta de que tiene que recuperarse.

Ambos sexos, individualmente, han acabado secuestrados por un imaginario colectivo. Así es normal ver a los hombres sentados en un bar, solos; pero una mujer no. Y eso por qué. No hay razones, hay un imaginario colectivo. Cosas simples, sencillas, se vuelven complicadas para la mujer porque está condicionada por ese imaginario, por prejuicios, por convencionalismos. Y es hora de que la mujer rompa su silencio, rompa sus cadenas. La revolución, ante esos convencionalismos, la va a protagonizar la mujer, porque el hombre no tiene grandes cadenas. Una revolución necesaria que puede llevarnos a una nueva sociedad, más libre.

Y quizás hay quienes no tienen ganas de que eso ocurra. Por eso, acaban matándolas.