jueves, 21 de febrero de 2013

DE LO QUE SOMOS CAPACES


Me gusta el programa Salvados, aunque no es que comulgue con él totalmente, porque, a veces, parece que todo está mal en España y todo está bien fuera. Y, Jordi, las cañitas, como en España, en ninguna parte. Pero no nos desviemos, que con una caña en la mano se desvía uno fácil. El día que habló de la educación en Finlandia. Cierto que la gratuidad era ideal, pero el tema de la elección de los profesores por el director me parece que eso acabaría siempre en trato de favor. Luego la elección de los profesores: hacían un examen para serlo; aquí también, pasan una oposición y no sé en magisterio, pero los licenciados tienen que pasar una prueba de aptitud para ser profes. Bueno, el caso es que no es tan fácil comparar Finlandia, con el frío que hace, donde no hay otra cosa que hacer que estarse en casa, con España, donde cuando sale un rayo de sol, ya estamos todos en la calle parloteando.
Pero el programa que más pena me ha dado fue el domingo 10, creo, (que como voy de noche no me entero). Pena por lo que implica. En España somos capaces de criticar el PER, Plan de Empleo Rural, que destina una mínima renta para los jornaleros, porque decimos que se lo gastan en el bar. Y nos creemos la cantinela que se llevan algunos con el temita y lo repetimos por ahí, sin caer en la cuenta de lo que tenemos delante de los ojos. Eso sí, no somos capaces de hablar de la PAC, esas ayudas también europeas destinadas a la modernización de la agricultura y que algunos agricultores, no todos, se han gastado en coches y casas nuevas. No, de eso nadie habla porque parece que esté más justificada. Y creo que ambas están justificadas, todo depende de aquel que las reciba.
Sin embargo, el panorama sigue siendo penoso: es más fácil meterse con el jornalero que con algún agricultor. Somos así de hipócritas. Vemos la caña que se beben, pero no el Mercedes que otros conducen. En un país de envidiosos, hasta la envidia llega a ser ruin.

viernes, 8 de febrero de 2013

TODOS CORRUPTOS


La corrupción en el ámbito político es uno de los actos más reprobables, fundamentalmente porque estamos hablando del dinero del ciudadano. Un ciudadano que deposita en unas personas su confianza para que gestione adecuadamente ese dinero. Pero en el ámbito de la corrupción no sólo está el político, sino también quien le corrompe. Y es ahí donde se complica la cuestión.
Hoy que se cuestiona tanto a los políticos, en muchas ocasiones con razón, pero en otras muchas sin ella, hay que tener en cuenta todos los aspectos, porque estamos hablando de algo tan importante como la democracia que se sustenta en la representatividad. Por ello debemos contar con que estos actos también son el resultado de una sociedad corrupta en sí misma, individualista que mira sólo por su bien, sin entender, esa misma sociedad, lo que es el bien común.
Una sociedad que no ha valorado, ni valora a sus políticos, que no entiende del trabajo que realiza porque presupone 1º un negocio personal, 2º una ambición y 3º todo lo que cualquiera pueda suponer. Mientras, por su parte, el político lo que escucha, en muchas ocasiones, no siempre, son peticiones individualistas de “arrégleme usted mi vida, la mía, que la del vecino me importa un comino”.
Y en ese ambiente se mueven políticos de poca monta, como los concejales de pequeñas localidades. Intentando mejorar la vida común, sin poder conseguirlo porque siempre habrá alguien al que le vaya mal y será culpa suya y de lo mucho que se lleva a casa, ¡y como eso va con el sueldo!
Cierto que hay políticos corruptos y la Justicia tiene que actuar sobre ellos. Pero no vienen de otro planeta, ni existe una clase política, que políticos, podemos ser todos, sólo falta comprometerse. Son de aquí y alguien los corrompe, que no se nos olvide.
Ahora bien, qué fue antes el huevo o la gallina. Quién se corrompió antes: la sociedad o el político. Lo importante tampoco es eso. Sino empezar a reconocer lo errores, tanto los políticos, todos, porque los corruptos nunca los reconocen, para eso está la Justicia, como la propia sociedad. No buscar culpables fuera, sino dentro de cada cual, que todos tenemos algo que decir en este entierro y en el compromiso que cada cual tiene con su sociedad, con esa sociedad que cada uno quiere.
Porque de no empezar a reflexionar, el entierro de la democracia está servido. ¿Quién va a querer gestionar la vida pública si ya nace con un San Benito de corrupto a sus espaldas? Quizá a quien le guste figurar y nada más. Pero aquella persona trabajadora, capaz, que tiene su profesión y su vida, quizás empiece a pensarse que no vale la pena perder en ese camino quizás confianzas, quizás amigos, quizás familia. Hay quienes insisten en que hay que repensar el modelo, buscar formas de participación. Así es, así nació la democracia, así se establece la participación de los ciudadanos, mediante elecciones. Podemos establecer nuevas formas de participación como dicen algunos, foros, pero siempre tendrán unos cauces y unas personas que, al final, sean las que lleven a cabo la ejecución de esa participación. Esto es, personas que representen a esos foros para la ejecución. ¿Les suena algo a democracia?
Insisto, el problema radica en nosotros, en que son muchas las personas que no conocen la política por dentro, cuando debieran interesarse siempre porque es la base de la participación. Quizás los políticos no han sabido transmitir la información. Quizás hemos sido todos un poco hipócritas pensando aquello de que “tú te has metido ahí”. Sí, habría que decir. Si gracias a un proceso de transición que nos permitió que todos pudiéramos implicarnos en el gobierno y no sólo unos pocos. Hay quienes lo hacen ejerciendo un cargo público y, por ello, debemos pensar que deben ser indemnizados en su justa medida. No sobresueldos, ni cosas por el estilo, sino valorar como se valora el esfuerzo y el trabajo. Como a cualquier persona que se precie en su trabajo cotidiano. Con un aspecto más que asume el político, la responsabilidad de gestionar dinero público. Y, créanme, a veces, eso requiere de un gran esfuerzo de decisión. Porque, evidentemente, puedes equivocarte, pero te duele más equivocarte con el dinero de los demás. Aunque haya quienes no se lo crean. Esa es la lástima, cuando muchas veces es cierto y ahí es cuando la sociedad falla, porque a quien le preocupa lo común y ve que se le acusa, se larga. Y eso, no es bueno para la democracia. Por tanto, no es bueno para nadie.